Un repaso a lo que se cuece en la gala europea más esperada del año.
Contexto desde el año pasado
Este año la gala se presentará en Italia, tras el excitante primer puesto con el que se coronó el grupo de Hard Rock: Maneskin. Muchos fueron los que atribuyeron esta victoria a la situación del país meditarrineo, ya que fue uno de los países más afectados por el COVID-19 a nivel mundial.
Este año el ganador (al menos el que dictan las apuestas internacionales) sigue contando con una trágica historia detrás y no es nada menos que Ucrania.
Tensión desde Turín
El panorama pinta un tanto crudo. La anterior ganadora y representante de Ucrania ha decido bajarse del carro debido a la situación bélica del país. La actual canción de Ucrania utilizará recursos parecidos a la anterior artista, sobre todo a la hora de apostar por el folklore de Europa del este, junto con el uso de instrumento autóctonos y (como elemento diferenciador) un rap mezclado con electrónica y bailes regionales . Rusia está descalificada y no tiene pinta de que retomen su puesto hasta que no acabe esta situación.
Eurovisión ya se ha visto en tesituras parecidas con el país Israelí, el cual se encuentra en conflicto bélico y ganó hace muy pocos años.
Consecuencias
Todo pinta que la victoria de Ucrania es inminente. Este hecho, que de manera naif podría verse hasta como un acto camaradería entre países, contiene un revés un tanto oscur. La primera consecuencia directa sería celebrar Eurovisión en Ucrania el año que viene, lo cual pone en vilo al programa y su posicionamiento ético. Vemos entendible la negativa de la directiva a la hora de situar el espectáculo en territorio de guerra.
La suerte está hechada y el voto del publico puede decidir si Eurovisión tendrá que posicionarse y mojarse o pueda decidir celebrar su próxima gala en otro país más allá del ganador.