Se ha iniciado una nueva campaña electoral en vistas a las elecciones municipales y también, en algunas comunidades, elecciones autonómicas.
No hay duda de que tales elecciones se producen en un contexto, hoy determinado por fragilidad del vínculo entre gobernantes y gobernados. La desconfianza de los gobernados en relación a los gobernantes ha crecido aceleradamente. Sobre todo, y ello es tal vez lo más grave, toma forma la sensación que la política tal y como la conocemos es ineficiente en la hora de abordar los retos que tenemos hoy como sociedad. Retos que, no hay que repetirlo, son de enorme envergadura en esta primera parte del siglo XXI: cambio climático, desigualdad social y distorsión que provocan los super ricos a la dinámica social o gobernanza mundial en la época de la globalización, para destacar tres de relevantes.
Esta sensación de ineficacia se explica por el hecho que «los políticos les gusta más pelearse entre ellos para conseguir votos que no focalizarse y ponerse de acuerdo para afrontar los retos que tenemos como sociedad». No se equivocan. Es cierto que una parte de la «política» vive cómodamente en el marco de la polarización. Optan por el tweet, el grito, por el lema que no lleva a nada o para llevar la contraria con el fin de arañar algunos votos. Dejan así de ser útiles, se inhiben a la hora de enfrentar los desafíos que incumben al mundo y al conjunto de la sociedad.
Pongamos un ejemplo. Todo el mundo a día de hoy sabe que un problema capital en las ciudades, seguramente el problema, lo constituye la contaminación. No solo por el hecho que las emisiones de combustible fósil son una causa fundamental del calentamiento global (que pone en peligro certero el futuro inmediato de la vida tal y como la hemos conocido), sino por el hecho que, a la vez, genera peligros por la salud humana. En este contexto, Josep Tabernero, director Instituto de Oncología del Vall de Hebrón (VHIO) y uno de los ponentes del Informe de la Comisión Europea sobre la prevención de los cánceres, lo decía claramente hace pocos días en una entrevista: «hay que quitar los coches de las ciudades» (“El País” 9 de abril, 2023) . No hay ningún tipo de dudas sobre esto como, permitidme la comparación, no había dudas que el tabaco era perjudicial por la salud humana y que por lo tanto había que sacarlo de los espacios cerrados.
Pero hoy observamos una novedad, muy preocupante. Hay determinados candidatos y candidatas a las próximas elecciones –y desgraciadamente a las que vendrán– que, a sabiendas de todo esto, hacen partidismo para arañar votos. Implícita e incluso a veces explícitamente pidiendo la «libertad del coche». Lo hacen solo para sacar algunos votos. En Terrassa, en Barcelona y a Madrid. Su irresponsabilidad es mayúscula y lo peor de todo es que confunden la tarea noble de la política con el partidismo y colaboran por lo tanto de forma directa con la sensación creciente que hay entre la gente sobre la ineficacia de la política. Para superar esta sensación, a los gobernantes o a los que pretenden serlo les hacen falta dosis nulas de partidismo. Y si en cambio dosis de política en mayúsculas, esto es, de política útil.
El marco urbano es un espacio excelente para revertir esta tendencia y ponerse a trabajar juntos para encontrar soluciones óptimas que mejoren la vida en sociedad. El punto de partida, que debería ser compartido por todo el mundo que quiere dedicarse a gobernar virtuosamente una sociedad, pasa por, si o si, «quitar coches de la ciudad». Y solo después cada fuerza política tiene que proponer soluciones para hacer más rápida esta transición y con lógicas que minimicen a los perdedores y maximicen a los ganadores. Dicho con otras palabras, las preguntas que tienen que resolver las fuerzas políticas que quieren presentarse a unas elecciones municipales tienen que ser: ¿qué alternativas se dan a los ciudadanos para desplazarse dentro de la ciudad y entre ciudades? ¿Cómo se fomenta el transporte público? ¿Cómo se fomenta el comercio de proximidad, la ciudad de los 15 minutos, en este nuevo marco urbano? ¿De qué manera y con qué lógica se peatonalizan las calles de la ciudad? Y, una vez dentro de los ayuntamientos, ponerse a trabajar con el resto de las fuerzas políticas y actores sociales para avanzar irreversiblemente en esta transición. Esto es el que esperamos de las varias opciones políticas y no partidismo absurdo e impropio de los tiempos actuales de «volver los coches en las ciudades»
Este es un ámbito donde la política puede volver a ser creíble. Hay otros propios de la vida en las ciudades. Uno de ellos, capital, se corresponde a las dificultades de acceso a la vivienda. De nuevo aquí encontramos más partidismo que política: yo haré tanto o tú harás menos. Lejos de esto nos hace falta política en mayúsculas: las competencias locales aquí son más restringidas, pero existen recorridos. La construcción de vivienda pública, la promoción del alquiler social y el impulso desde todos los ayuntamientos para que el gobierno haga de las políticas de vivienda una prioridad, que es quien sí que tiene las competencias. También, en otro ámbito. Sabemos que hoy nuestras ciudades, como todas, son diversas y multiculturales: la pluralidad es algo que ya define nuestras ciudades y de la cual, afortunadamente, no hay vuelta atrás: la gente se ha movido en busca de un futuro mejor y los rostros de nuestros barrios, escuelas, parques, equipos de fútbol son ahora felizmente multiculturales. Entender este reto y hacer de nuestras ciudades lugares de una integración nueva, rica, mestiza es la única opción realista para tener ciudades mejores para las próximas décadas.
Cuestiones como estas –el aire que respiramos, una casa que no hipoteque una vida o la convivencia en la diversidad– deben ser por tanto puntos de encuentro del arte noble de la política, aquello que esperan los gobernados de los gobiernos: soluciones, compromisos compartidos y trabajo en común. Obviamente que hay otros como el cuidado de la sanidad pública y el cuidado de la educación, dos pilares fundamentales de nuestra sociedad que tampoco pasan por su mejor momento. Por lo tanto, el trabajo de nuestros políticos no es repetir disparates que no llevan a en ninguna parte sino ponerse a trabajar, con los diferentes, para construir ciudades y sociedades mejores. Las ciudades mejores, por parte de los gobiernos, quiere decir menos partidismo y más política de verdad.
Las ciudades mejores, por parte de los gobernados, quiere decir optar en estas elecciones que vendrán por opciones políticas que se dediquen a la política en mayúsculas, esto es, a ser útiles para crear ciudades y sociedades focalizadas en los problemas reales de la inmensa mayoría de la gente.
No dejamos pasar, unos y otros, esta oportunidad.
*Publicado originalmente en el Diari de Tarrassa.