El desfile de los coches de carreras de la Fórmula 1 está a punto de volver a rugir en las calles de Madrid, ya que tanto la Comunidad como el Ayuntamiento insisten en que será a “coste cero” para las finanzas públicas. Sin embargo, las lecciones aprendidas de previas experiencias en ciudades como València y Barcelona sugieren que podría haber un escenario financiero más complicado.
Un negocio con una estela de deuda
Madrid está siendo seducido por el glamour de la Fórmula 1, con dos de sus líderes políticos más destacados, Ayuso y Almeida, al volante de esta decisión. Pero a pesar de sus afirmaciones de que el coste será cero para los contribuyentes, las huellas de las deudas dejadas por este negocio en ciudades que ya se embarcaron en el aventura son difíciles de ignorar.
Casos precedentes: València y Barcelona
En València, la ciudad acumuló una deuda de más de 30 millones de euros tras acoger el Gran Premio de Europa entre 2008 y 2012. En Barcelona, a pesar de tener un Circuito consolidado, la carrera deja anualmente pérdidas millonarias. Ambas ciudades ofrecen testimonios palpables de que la Fórmula 1 puede ser un juego arriesgado y costoso para las arcas públicas.
La promesa de “coste cero”
Si bien los defensores de la Fórmula 1 en Madrid destacan la afluencia de visitantes y la supuesta rentabilidad económica que los eventos de motor pueden generar, lo cierto es que las cifras que quedan después de cada Gran Premio no siempre cuadran con las promesas iniciales. Después de todo, “coste cero” podría significar mucha cosa, excepto la ausencia de costes.
Es necesario tener en cuenta el trasfondo y analizarlo correctamente, evitando caer en el glamouroso aire de la Fórmula 1, sin considerar posibles deudas futuras y la sostenibilidad de las arcas públicas.
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