El primer día del 2023 ha traído consigo una noticia de gran relevancia internacional. La toma de posesión por tercera vez consecutiva de Luiz Inácio Lula Da Silva significó un hecho político que fue seguido desde todas las latitudes del globo, luego de la ajustada victoria electoral desarrollada el año pasado, en el gigante de América Latina. En este “regreso de Lula”, el mandatario dio un discurso solvente hacia toda la población brasilera en el cual sentó las bases de su programa y acción de gobierno. La reacción no se hizo esperar.
Reconstruir Brasil
En su investidura el presidente se dirigió en un extendido discurso a toda la ciudadanía de su país, dejando de lado afinidades y antagonismos, con el objetivo de brindar un diagnóstico preciso sobre la situación económica, política y social que dejó el gobierno saliente de Jair Mesías Bolsonaro. La herencia recibida es de una gravedad muy preocupante. El gobierno de Bolsonaro será recordado quizás como el período más oscuro desde el regreso a la democracia en el país carioca. La implementación de un plan neoliberal en lo económico generó en los últimos 4 años, una fuerte transferencia de recursos desde los sectores populares y desde el Estado, hacia los principales grupos financieros que operan en la región. Este plan de austeridad supuso un cambio en el aparato represivo del Estado para reprimir manifestaciones, perseguir y asesinar líderes y lideresas de los movimientos sociales a través de la inteligencia paraestatal y disciplinar a toda la militancia política que durante tantos años ofreció resistencia a los programas de ajuste económico y saqueo de recursos naturales. Lula lo tiene muy claro. Él mismo pagó con la prisión una de las maniobras de Lawfare más escandalosas de las que se tenga memoria.
“Que las personas tengan tres platos de comida diarios” fue una de las frases más repetidas del Presidente. Los niveles de desigualdad que enfrenta Brasil son altísimos y la reducción de la pobreza y el desempleo, serán dos ejes vertebradores de la orientación política y económica de Lula, que ya anunció la restitución del Plan Bolsa Familia, una de sus políticas estrellas en las gestiones pasadas. La defensa del Amazonas y los recursos naturales, el respeto a los pueblos originarios (quienes lo acompañaron en su asunción), la centralidad de la educación y la sanidad pública, la defensa de los derechos de las minorías de género y la reconstrucción del tejido social mediante el diálogo y la paz fueron otros de los pilares que proyecta como horizonte para una sociedad más igualitaria y más justa.
El trumpismo brasilero
Casi como un calco a lo ocurrido un año antes, en la toma del Capitolio estadounidense a manos de los seguidores de Trump, la reacción golpista del bolsonarismo no se hizo esperar. El 8 de enero, una turba de manifestantes afines a Bolsonaro asaltaron en Brasilia el edificio del Congreso, el Palacio del Planalto (sede del Poder Ejecutivo) y el Supremo Tribunal de Justicia. En las imágenes difundidas se ha podido ver con claridad la convivencia de buena parte de la Policía Militar dependiente del Gobierno Federal, razón por la cual Lula decretó la intervención federal y destituyó y arrestó a Anderson Torres, quien oficiaba de Secretario de Seguridad Pública (anteriormente había sido ministro de justicia y seguridad de Bolsonaro). La reacción de Lula fue contundente y responsabilizó directamente al ex-presidente llamándolo “genocida”. El intento de golpe de Estado fue repudiado por mandatarios y líderes de todo el mundo (a excepción de los movimientos de ultraderecha) y el respaldo de la comunidad latinoamericana al Presidente fue categórico. Internamente Lula fue respaldado por las fuerzas vivas de la democracia brasilera: partidos, instituciones, organizaciones y movimientos sociales, federaciones empresariales e industriales y un importante sector de los medios de comunicación. Grandes sectores de la ciudadanía, organizada y no organizada, salieron a las calles a defender su liderazgo, la constitución y la democracia.
Si nos remontáramos fugazmente al planteamiento de la campaña que llevó adelante Lula encontraríamos un marco muy claro: “Democracia vs Autoritarismo”. Lula no se había equivocado. Tiene muy en claro en qué momento histórico asume el poder.
A partir de lo sucedido en EEUU, Alemania y ahora en el Brasil de Lula, se ha puesto en el centro del debate la defensa de la democracia en las sociedades occidentales frente al ataque directo de los movimientos de ultraderecha, violentamente radicalizados, dinamizados por los discursos de odio y dispuestos a romper los consensos más fundamentales de convivencia.
Diremos una y mil veces, no pasarán.