
¿Cómo estáis? Espero ante todo que estéis bien de salud y cuidándose mientras se expande la variante Ómicron por distintas latitudes. Esperemos que sea la última. Dado el contexto, en la columna de hoy os quería invitar a reflexionar sobre algunos aspectos de la comunicación política que han ejercido líderes hombres para gestionar la situación de crisis. Veamos.
A efectos de generar disciplinamiento y obediencia civil, muchos mandatarios han apelado al tratamiento de la crisis sanitaria de la Covid-19 como una situación de guerra. ¿Recuerdan? Pedro Sánchez ha iniciado su comparecencia de prensa el año pasado con la siguiente sentencia: “La fuerza del enemigo que nos ha invadido, su enorme peligro. Desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, nunca la humanidad se había enfrentado a un enemigo tan letal (…). Desde que ha empezado el confinamiento hemos pasado semanas de lucha firme, semanas que hemos asistido a situaciones durísimas, pero también semanas que están a punto de cambiar el curso de esta guerra”. Emmanuel Macron en un discurso televisado ordenó a los franceses la estricta cuarentena diciendo “Estamos en guerra (…) El enemigo está allí y avanza, y eso requiere de nuestra movilización general”, Donald Trump se había declarado “Presidente en tiempos de guerra” y hasta algunos mandatarios como el Presidente salvadoreño ha llegado a inaugurar el inicio de una “Tercera Guerra Mundial”. En estas ocasiones, al que nunca le gusta ser menos, es a Pablo Casado que directamente ha optado por parafrasear a Winston Churchill: “Ahora solo podemos ofrecer esfuerzo, sudor y lágrimas. Nunca nos rendiremos”.
Se suele subestimar el poder de las metáforas pero en comunicación política son mucho más que una figura literaria. Moldean nuestro pensamiento y guardan un poder simbólico capaz de estructurar lo que pensamos, decimos, hacemos y sentimos. La primera vez que se han utilizado las metáforas bélicas para comunicar enfermedades fue en 1880, cuando el médico militar francés Charles Laveran (1845-1922) ha descubierto la malaria y la ha definido como una invasión en el cuerpo que había que combatir. En este sentido, la dosis teórica de esta columna busca presentar la importancia del “encuadre” o “frame” en las narrativas políticas, concepto trabajado en el emblemático ensayo del lingüista George Lakoff “No pienses en un elefante”.
Según Lakoff, en EE.UU. los conservadores republicanos desde hace más de cuarenta años han dedicado miles de millones de dólares a través de sus think tanks para enmarcar el debate público conforme a su conveniencia. Es decir, han sido capaces de activar “encuadres” que movilizan los comportamientos y las voluntades de las y los ciudadanos. Estos “frames” funcionan como marcos de referencia que organizan nuestra forma de ver el mundo, nuestros objetivos, nuestros planes, nuestro sistema de valores y a los que accedemos a través del lenguaje. El gran hallazgo del lingüista norteamericano ha sido identificar que la sociedad estadounidense puede comportarse políticamente sobre la base de dos modelos de familia que subyacen en su país: la del padre estricto y la del progenitor protector. Es decir, utiliza este primer espacio de socialización del ser humano (la familia) para establecer dos modelos de comportamiento político. En este sentido, hoy nos interesará mencionar que el modelo del padre estricto se fundamenta en una serie de supuestos que activan estructuras discursivas más cerca de la agresividad y la fuerza que del cuidado:
a) El padre estricto es una autoridad moral que distingue entre el bien y el mal.
b) La obediencia de los hijos se logra con el castigo doloroso cuando se portan mal.
c) Así se adquiere una disciplina interna para alcanzar el éxito en un mundo competitivo y hostil.
d) El modelo del padre estricto se activa en situaciones de catástrofe o de guerra.
Lakoff pudo observar la implementación de este modelo a partir del atentado a las torres gemelas del 2001, sobre el cual se ha fundado la retórica de “la guerra contra el terrorismo” y toda la política beligerante norteamericana.
En este sentido, queremos destacar que los discursos que hemos mencionado al principio de los mandatarios hombres, se encuadran equiparando la pandemia como una guerra y utilizan como trasfondo el modelo del padre estricto. Esto conforma un marco autoritario y securitario, definido por valores asociados a la obediencia, disciplina y la jerarquía que se encarna en la figura masculina. Bajo este marco estas narrativas belicistas introducen:
a) Medidas desde un enfoque punitivo frente a la responsabilidad ciudadana. En muchos casos estos discursos han pavimentado el terreno para la ejecución de políticas punitivistas delegando en el ejército o la policía potestades sobre la gestión de la vida cotidiana de las personas.
b) En estas narrativas se insertan atributos de la masculinidad hegemónica, los cuales se suponen adecuados para afrontar una situación de estas características: hombre de acción, dispuestos a luchar, con determinación y fortaleza, que no muestran vulnerabilidad y que no se proponen ponderar por ejemplo, cuestiones asociadas al cuidado o al trabajo doméstico. De este modo se clausura la posibilidad de enfocar medidas desde el cuidado afectivo, reproductivo o de salud mental. No se puede obviar la gravedad de que estos discursos se inserten en un contexto de creciente violencia de género en el ámbito doméstico. Además se estima que el 70% del personal sanitario en el mundo son mujeres, así como la mayoría de otros servicios complementarios como la lavandería o la limpieza. Se trata de un ámbito feminizado, precarizado e infravalorado que ha pasado a percibirse durante la pandemia como un sector estratégico para la salud pública y los gobiernos. Pero aún en este contexto, en el cual los cuidados resultan estratégicos, se ha optado por dar protagonismo en términos discursivos, a un tipo de liderazgo masculino que nos invita a la guerra, en lugar de apuntalar definitivamente la sostenibilidad de la vida.
La periodista y escritora Nuria Labari lo ha resumido del siguiente modo: “La imagen del mundo del héroe (hombre) que va a la guerra y después regresa a casa y a la paz, la llevamos encima desde Homero, que escribe la Odisea en el Siglo VIII a.C. Sin embargo, leímos mal aquella historia. La leímos con mentalidad de hombre, que es como hemos leído todas las historias. Sin embargo, si Ulises pudo volver es porque Penélope lo esperaba en casa. Ella es el personaje heroico, la que se enfrenta a Troya sin salir de casa, la que hace posible la memoria y el sentido, la que tiene empatía para responder a la violencia. Necesitamos una semántica capaz de dar valor a la espera, a la confianza, a los cuidados, a todo lo que es femenino en esta sociedad, en esta crisis y en este siglo. Y con femenino no quiero decir mujeres. Quiero decir mujeres, hombres y personas decididas a abandonar de una vez y para siempre la metáfora del enfrentamiento bélico. Todas y todos somos Penélope estos días. Todos en casita esperando, entendiendo, confiando, deseando que los líderes gestionen, prevean, cuiden. Y ellos, como siempre, contando sus batallitas.”
Eso fue todo por hoy. Gracias totales por acompañarnos desde el otro lado y por sumarse a pensar la época que nos toca vivir. Cuidémonos. ¡Hasta la próxima!