
En esta columna pos navideña dudaba si hablar del tema vacunas/no-vacunas, o si dedicar “Memes y memeces” al absurdo escándalo de Alberto Garzón, tildado de antipatriótico por limitarse a decir una obviedad más que demostrada.
Pero como acaba de pasar la navidad, y empezamos un nuevo año, os regalo este pequeño cuento que me acabo de inventar y que en realidad va de todo eso, y de más.
Feliz año, queridos, queridas… mis deseos para 2022 es que nos rodeemos de más sabios y no nos dejemos embaucar por tantos charlatanes. Como recomienda La Futura Channel: apaguemos el ruido.
Había una vez (y otra, y otra más…)
…. en un reino no muy lejano un dragón de tres cabezas que comía doncellas, caballeros, y gente de todo tipo, de cualquier edad y estatus social. El dragón tenía aterrorizada a toda la población desde que se había instalado en una cueva cercana al camino que conducía al reino.
El Consejo de Sabios lo había probado todo: habían enviado al ejército, que sucumbió ante el ataque de la fiera. Habían venido caballeros y doncellas guerreras de todas partes que se habían enfrentado a la bestia atraídos/as por la promesa de grandes recompensas, pero su ímpetu, fuerza y honor no bastaron para no morir devorados por una de las tres cabezas. Incluso los hechiceros y las magas habían intentado envenenar al monstruo de varias formas, sin conseguirlo.
El dragón parecía invencible, así que la única manera de evitar que cada vez más gente acabara en su insaciable estómago fue restringir el movimiento de la ciudadanía. Evitar lugares concurridos, anular las fiestas y los torneos, incluso cambiar los horarios del mercado y limitar su aforo pues el dragón prefería ir a buscar alimento a lugares en los que se concentraba mucha población.
El propio Consejo de Sabios, ante la impotencia que sentía, invitó a participar a un hombre considerado hasta entonces un mero charlatán. No podía permitirse el privilegio de no escuchar ideas nuevas pues ya habían probado sin éxito todo tipo de soluciones.
El antiguo charlatán elevado ahora a la categoría de sabio propuso algo que sorprendió a todo el consejo, por su sencillez y su fácil aplicación. Se trataba, simplemente, de negar la existencia del dragón, y de considerar antipático, antipatriótico y hasta ilegal hacer referencia a él en cualquier conversación.
- Pero… – comentó uno de los otros sabios- ¿Cómo vamos a explicar que el dragón sigue alimentándose de ciudadanos del reino si afirmamos que no existe?
- ¿Y cómo sabemos -empezó a argumentar el charlatán elevado a sabio- que es un dragón quién hace desaparecer a esas personas? ¿Y si sencillamente son traidores que huyen porque se niegan a creer que el dragón no existe o emprendedores que han abandonado el reino en busca de una nueva vida?
- Pero… -otro de los antiguos sabios- hay mucha gente que ha visto al dragón con sus propios ojos.
- No pueden haber visto al dragón, porque el dragón no existe, y no puede verse una cosa que no existe, así que es su imaginación desbocada o su mala vista la culpable de esa ilusión óptica, que deberíamos declarar ilegal, así como cualquier referencia escrita o hablada sobre algo que no existe. No se puede tener miedo ni mucho menos infundir el miedo en otros hacia algo que no existe ¿no es cierto?
Ante la desesperación de los más sabios y el entusiasmo del Rey, a quién los argumentos del ex-charlatán-ahora-sabio le parecieron coherentes, se hizo llegar un bando oficial a todos los lugares del reino declarando que el dragón no existía y prohibiendo tajantemente hablar de algo que no existía, es decir, del dragón. También quedaba prohibido temer al dragón, puesto que no existía, y por tanto el reino reanudaba sus actividades normales y se perseguiría a cualquier persona que se comportara como si el dragón existiera con altísimas multas y hasta penas de prisión.
Los habitantes salieron a las calles a celebrar la noticia. ¡El dragón no existe! Se gritaban los unos a los otros, y aquella noche se celebró una gran fiesta delante del castillo del Rey, con música, baile y un banquete consciente en kilos de carne asada cuyo olor llegó a la guarida del dragón y despertó su apetito.
En el momento álgido de la fiesta, un niño lanzó un grito y señaló hacia un lugar.
- Si el dragón no existe… ¿qué es eso de tres cabezas que se acerca?
Se hizo un silencio. Nadie miró hacia dónde señalaba el niño, sino que varias manos empezaron a señalar al niño, cuyo padre se interpuso entre él y una muchedumbre enfurecida.
- Es sólo un niño… ya sabéis…. los niños imaginan cosas que no existen, perdonadlo… no sabe lo que dice – dijo su padre asustado ante la posibilidad de ser denunciado y multado por las autoridades-.
No dio tiempo a que uno de los Guardias llegara y detuviera al niño y a su padre, porque el dragón que no existía se comió al guardia, al padre, al niño y a los curiosos que se habían agrupado en torno a ellos.
La inmensa mayoría de la población siguió celebrando el acontecimiento durante días y largas noches de aglomeraciones y fiestas multitudinarias bajo el lema “El Dragón No Existe”, hasta que, unos meses más tarde, el último habitante del reino fue devorado por el dragón y el reino quedó vacío. El dragón alzó el vuelo hacia otro reino, satisfecho de haber sido declarado inexistente.
Sólo se salvó el charlatán, que huyó durante la primera noche de fiestas, tras redactar el bando titulado El Dragón No Existe.