El virus de la viruela del mono fue identificado en simios de laboratorio en 1958, de ahí su nombre, aunque su hábitat más habitual parece que son varias especies de roedores. La primera vez que se detectó en un humano fue en 1970, en la República Democrática del Congo, y en el siguiente medio siglo ha infectado cada año a miles de personas en África Central y Occidental sin que el virus despertara demasiado interés, a pesar de que una de sus variantes acaba con la vida de uno de cada diez enfermos. Hace unas semanas se detectó en Europa la variante menos virulenta y cuando las infecciones se contaban por decenas (ahora son centenares) saltaron ya las alarmas. Esto nos recuerda que (copio a Orwell) todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros.
Un mes después de que se detectara el primer caso en el Reino Unido, han sido confirmados fuera de África algo más de un millar de contagios. El 8 de junio, las infecciones comunicadas en España, el segundo país más afectado, eran 225 y ningún enfermo había precisado hospitalización. Aunque no parece ser un virus de transmisión sexual sí requiere en general un estrecho contacto para que haya contagio. El brote actual está asociado a prácticas sexuales de riesgo y a la promiscuidad de sus practicantes, lo que puede explicar su relativamente rápida expansión. Al mismo tiempo, eso dificulta su control al desconocer algunos contagiados la forma de localizar a algunos de sus contactos.
Tras más de dos años de pandemia de covid, el brote de una enfermedad infecciosa casi desconocida causa inquietud, pero los virólogos que la han estudiado ofrecen una perspectiva tranquilizadora: su control es menos complicado porque el virus muta poco, el contagio requiere casi siempre de un contacto físico con el enfermo y las pústulas en la piel características de la enfermedad no dejan lugar a dudas sobre el tiempo que debe durar el aislamiento. Si se pudiera reconstruir la cadena de infecciones actuales hasta el paciente cero que salió contagiado de África (tarea muy difícl), la tranquilidad aumentaría. Si, por el contrario, se llegara a determinar que el salto de algún roedor a los humanos se ha producido ya en Europa, la erradicación de la enfermedad en el continente sería más difícil al existir ya un reservorio animal aquí.
El virólogo argentino Gustavo Palacios, uno de los pocos que ha investigado la enfermedad en África, se lamenta en unas declaraciones a eldiario.es de lo poco que realmente se sabe del virus de la viruela del mono. Cuenta, por ejemplo, que se desconoce si realmente los enfermos tienen casi siempre sarpullidos y vesículas o hay muchos sin esos síntomas. En países con un mal sistema de salud hay enfermos que “prefieren quedarse en casa y por eso solo vemos los casos graves”.
Coincidiendo con muchos otros científicos, Palacios considera que “el sistema de salud debería ser mundial”. Es mejor para los países ricos poner preventivamente dinero para que en los países pobres haya una atención sanitaria adecuada que esperar a que las enfermedades se desarrollen sin control, acaben afectando a sus propios ciudadanos y el gasto final resulte ser mucho mayor. Como los virus saltan las fronteras entre países, la buena sanidad convendría que tampoco las tuviera en cuenta.
Otros saltos que dan los virus (igual que las bacterias y otros parásitos) son entre especies hasta acabar causando patologías (o beneficios) en los humanos. El de la covid se supone que proviene de murciélagos después de pasar por otro mamífero intermedio (igual que sus primos SARS y MERS), el ébola infecta casi siempre a través de murciélagos y simios, el virus de la gripe llega periódicamente procedente de aves y cerdos, este de la viruela del mono salta desde roedores. La mayor parte de las enfermedades infecciosas de origen conocido son zoonosis, procedentes de otros animales.
El incremento de zoonosis de los últimos años genera inquietud. La pandemia de covid, con miles de millones de infectados y millones de muertos la justifica plenamente. Las causas de ese incremento son múltiples: la destrucción de ecosistemas que acercan los anmales a los humanos, la comercialización de especies salvajes para su consumo, el contacto con animales hacinados en granjas y todos aquellos cambios que nos aproximan a otras especies, incluida la ampliación del concepto de mascota. Es una aproximación inevitable si se tiene en cuenta que la población mundial se ha multiplicado por cuatro en los últimos 100 años.
La solución que proponen los expertos para que eventuales pandemias no nos golpeen cada pocos años es gastar en prevención: aumentar la vigilancia epidemiológica sobre la base de un incremento del conocimiento de los virus y otros patógenos potencialmente peligrosos. Debe ser también un esfuerzo pagado por los países ricos que incluya inevitablemente a los pobres. Los virus, como comprobamos una y otra vez, no saben de fronteras.