La decisión del Ayuntamiento de Barcelona de romper sus relaciones con Tel Aviv ha generado una oleada de actitudes diversas, algunas muy positivas y otras negativas, que han puesto en evidencia que el conflicto entre Israel y Palestina sigue levantando pasiones 80 años después de que irrumpiera en la política internacional. Es posible que en la forma en que se ha divulgado la decisión del Ayuntamiento haya faltado información más detallada sobre las circunstancias que han movido a las autoridades a tomar esa decisión, y quizá, también una referencia más explícita de la situación actual de los palestinos y del contexto histórico.
Dejando de lado las voces que siempre critican las actuaciones del Consistorio municipal, sean cuales fueren, interesan en este caso aquellas que se han producido en ambientes ideológicamente cercanos a En Comú. El tema es delicado porque toca fibras emocionales muy sensibles y se presta a confusiones. Es fácil hacer demagogia de antisemitismo. Intentar justificar o comparar las agresiones del Gobierno de Israel contra niños, mujeres y varones desarmados, algo que ocurre en Cisjordania y Gaza desde 1948, con los millones de víctimas del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial, con la persecución histórica que han sufrido los judíos en muchos momentos de su historia, o con las acciones terroristas que radicales palestinos han perpetrado y perpetran en ocasiones es un despropósito. Censurar el comportamiento del Gobierno israelí, ya sean sus actuaciones en los territorios palestinos o las irregularidades de su propia política interna, no significa cuestionar su existencia como estado ni su derecho a existir. Y lo que ha motivado ahora la decisión del Ayuntamiento para romper su hermanamiento con Tel Aviv ha sido precisamente la petición de las organizaciones de ayuda a los palestinos que actúan en Barcelona, que siguiendo las normas establecidas por el propio consistorio han argumentado razones suficientes para justificar esa ruptura. Quienes quieran ver en esta decisión un rechazo a la comunidad judía —local, internacional o israelí— se equivocan. Las organizaciones pro palestinas cuentan con el apoyo de sectores progresistas israelíes y personalidades de origen judío de otros países, que sin menoscabo de su condición son capaces de analizar objetivamente la situación. El gesto de solidaridad con los palestinos más emotivo que yo recuerdo se registró en 2014, cuando un grupo de unos 300 supervivientes del Holocausto y algunos de sus familiares condenaran el “genocidio” que se estaba llevando a cabo en Gaza.
EL HERMANAMIENTO
Los acuerdo de paz de Oslo, firmados entre israelíes y palestinos el 13 de septiembre 1993 bajo el auspicio de Estados Unidos, alumbraron un periodo de esperanza para el conflicto. Dieron la impresión de que la confrontación permanente en los territorios ocupados había entrado por fin en un buen camino hacia la paz, aunque fuera con altibajos, y facilitaron que se estrecharan lazos entre España y el estado israelí. Por esa razón, el día de La Mercé de 1998 el alcalde Joan Clos firmó un hermanamiento a tres bandas entre Barcelona, Tel Aviv y Gaza. La verdad es que las buenas relaciones entre Tel Aviv y Gaza duraron un suspiro, pero pese a ello ambas ciudades las mantuvieron con Barcelona que durante años actuó a dos bandas en una incómoda posición.
En primer lugar hay que aclarar que “Barcelona no ha roto relaciones con Israel” como se ha dicho. Las ciudades no tienen capacidad legal para establecer relaciones diplomáticas con Estados soberanos. Sí las tienen para establecer “hermanamientos” con ciudades extranjeras ubicadas en países con los que ya existen relaciones entre Gobiernos, normalmente escogidas por afinidad entre las de su mismo rango y tamaño.
Las relaciones diplomáticas entre España e Israel se formalizaron el 17 de enero de 1986, más de una década después de la muerte de Franco, fecha muy tardía si tenemos en cuenta que con Alemania se habían retomado en 1965. El dictador siempre priorizó sus relaciones con los países árabes y se había negado a reconocer a Israel, del mismo modo que Israel había rechazado un acercamiento a España por las relaciones que el régimen había mantenido con el fascismo y el nazismo. Pero con la Transición ya prácticamente superada el reconocimiento cayó por su propio peso, ya que ese mismo año tuvo lugar también la entrada de España en la Comunidad Económica Europea, con cuya mayoría de estados miembros Israel ya mantenía relaciones.
UN POCO DE HISTORIA: El Mandato Británico y la independencia
Los judíos sionistas diseminados por todo el mundo, sobre todo residentes en Estados Unidos, habían reclamado desde finales del siglo XIX recuperar los territorios de su antiguo solar patrio para establecerse, pero también los palestinos se consideraban con derechos históricos sobre el mismo suelo por ser descendientes de los filisteos, otro pueblo antiguo que habitó la región junto a los hebreos, con la presunta ventaja de que ya se encontraban allí desde hacía varios siglos.
Los sionistas tuvieron algunas ofertas para instalarse en territorios lejanos pero las rechazaron porque eran poco realistas y para ellos la ciudad Santa de Jerusalén era irrenunciable.
Tras la Primera Guerra Mundial, derrotado el Imperio otomano por ser aliado de Alemania y las potencias centrales, la Sociedad de Naciones puso a Palestina bajo administración británica, que incorporó la “Declaración Balfour”. En ella se expresaba apoyo al “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”.
Durante el mandato británico, de 1922 a 1947, tuvo lugar la primera gran ola de inmigración judía a Palestina, y el número aumentó enormemente en la década de 1930 debido a la persecución nazi. Las reivindicaciones árabes a favor de la independencia y la resistencia a la inmigración judía desembocaron en una cruenta rebelión palestina en 1937 en la que ambas partes recurrieron al terrorismo.
El Reino Unido estudió varias opciones para facilitar la independencia al territorio y en 1947 acudió a las Naciones Unidas. Finalmente la ONU propuso dividir Palestina en dos estados independientes, uno palestino y otro judío, y que Jerusalén -ciudad santa de tres religiones- quedara bajo un régimen internacional. Pero antes de que el proyecto estuviese formalizado los judíos proclamaron unilateralmente su independencia en 1948 y en la guerra que siguió ese mismo año con los estados árabes vecinos ocupó el 77 % del territorio que había tenido Palestina bajo el Mandato Británico, incluida la mayor parte de Jerusalén.
INCUMPLIMIENTO DE LOS MANDATOS DE LA ONU
Tras muchas dudas y vacilaciones internacionales, la mala conciencia colectiva de lo ocurrido con los judíos bajo el yugo nazi empujó a la ONU a aceptar esta solución que acabó consolidando un conflicto inacabable y generó nuevas víctimas. Entre los países que se apresuraron a reconocer al nuevo estado figuraban EEUU y la URSS.
Desde entonces Washington ha sido el principal valedor de Israel sosteniéndolo económicamente y proporcionándole el armamento más sofisticado del mercado. Mientras, el pequeño estado ha incumplido todas la resoluciones de la ONU, pese a haber reafirmado repetidamente “los derechos inalienables del pueblo palestino a la libre determinación, la independencia nacional, la soberanía y el regreso de los refugiados”
Lógicamente, la solución forzada adoptada en la ONU no satisfizo a los palestinos, residentes en el territorio desde hacía 13 siglos, ni a los países árabes vecinos, que los utilizaron como ariete y carne de cañón contra el nuevo estado aprovechándose de su desesperada situación. Desde el punto de vista bélico el conflicto ha ido evolucionando desde los tiempos de Al Fatah, con Yasir Arafat al frente, a los de Hamas, ahora, cada vez más radicalizado, pero militarmente muy por debajo del poderío israelí. En estos años, Israel ha mantenido ocho guerras oficiales con sus vecinos árabes y lanzado innumerables ataques contra el territorio de Gaza, controlado por los palestinos, además de la “ocupación” ilegal de Cisjordania, haciendo caso omiso de los mandatos del organismo.
De los orígenes socialistas, ideario anterior a la independencia y de los primeros gobiernos israelíes ya no queda nada. El actual Gabinete, presidido por el primer ministro Benjamin Netanyahu, se apoya en ultraortodoxos y ultraderechistas y pasa por sus horas más bajas.
En realidad, más allá de los costes humanos y materiales, Israel ha “ganado” en estos años el relato de las guerras que ha mantenido con los árabes, decididos a aniquilar al pequeño país sin conseguirlo. Al contrario, va consolidando sus objetivos. Pero con el tiempo el mundo árabe a ido cambiando y sus intereses geopolíticos también. Los enemigos acérrimos se han ido desdibujando. Tras la firma de dos acuerdos de paz con Egipto (1979) y Jordania (1994), en 2020 Tel Aviv firmó un histórico acuerdo con los Emiratos Árabes Unidos, mientras Marruecos, que dada su lejanía territorial nunca había mantenido un contencioso directo con Israel, estableció relaciones diplomáticas en el 2020 alentado por EEUU durante la presidencia de Donald Trump. Podría decirse que estos dos acontecimientos han abierto la puerta a una futura normalización entre el mundo árabe y el estado judío.
ALGUNOS DATOS SOBRE LAS VÍCTIMAS
Tras la declaración de independencia en 1948 más de la mitad de la población árabe palestina, unas 700.000 personas, fue expulsada o huyó en aquella confrontación, la primera de muchas que seguirían en la décadas siguientes.
En la actualidad, la UNRWA, Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo, proporciona asistencia, protección y defensa a más de 5 millones de refugiados y refugiadas de Palestina. Casi un tercio, más de 1,4 millones, viven en los 58 campos de refugiados que la Agencia gestiona en Oriente Próximo, y que se ubican en cinco áreas: Gaza, Cisjordania – incluida Jerusalén Este-, Jordania, Siria y Líbano.
A lo largo de los años, los campamentos provisionales previstos para dar cobijo por un tiempo corto se han transformado en verdaderas ciudades de tiendas de campaña y edificios de pisos precarios de mala construcción que contribuyen al hacinamiento y a la pobreza.
Fruto de los acuerdos de Oslo, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) es una organización administrativa autónoma que gobierna transitoriamente desde 1994 en Gaza y parte de Cisjordania. En enero de 2013, adoptó oficialmente el nombre de Estado de Palestina. Su funcionamiento, siempre bajo el permanente acoso de Israel, ha sido irregular y poco eficiente, y hace años que no celebra elecciones para renovar sus cargos.
Respecto a las víctimas mortales, es difícil establecer cifras. Según la ONU, entre 1948 y 1967 se registraron 25.306 personas, la mayoría palestinas, pero también se incluían israelíes sin precisar su número. De 1968 a 2023 se calculan 23.308 según fuentes diversas (ONU, palestinas y organismos de ayuda humanitaria). Respecto a las bajas israelíes, las cifras son muy desiguales. Si desde el año 2000 han muerto a manos del ejército de Israel 9.476 palestinos las bajas israelíes ha sido 1.246, la mayoría militares. Estos datos han sido recopilados por B’TSELEM,el Centro de Información Israelí por los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados.