¡Bienvenidxs! ¿Cómo estáis?
Me llamo Santiago, vivo en Barcelona y es una alegría poder hacer uso de este trocito de espacio virtual para compartir algunas ideas y sensaciones. Aunque para serte sincero, esta columna también me parece una buena excusa para hacer una pausa. Un pequeño refugio que nos ayude a protegernos, al menos por unos minutos, del ritmo acelerado y vertiginoso de la vida cotidiana. Para pensar la época que nos toca transitar, en nuestro breve paso este mundo, que por lo visto se va a terminar antes de tiempo. ¿Qué temas trabajaremos? En principio todo es muy laxo. Dependiendo de cada día, recorreremos cuestiones que irán desde análisis de actualidad política, comunicación política, hasta teoría de género, asociada exclusivamente a masculinidades.
En esta primera entrega quería hablarte sobre algo que me ha llenado de felicidad y que ha hecho de la ciudad de Barcelona, un lugar un poco más libre y más justo. ¿Empezamos?
“Los discursos del odio y la discriminación están entrando en las instituciones pero en Barcelona no son bienvenidos. Hoy damos un paso más en el compromiso de Barcelona de reivindicar que nuestro orgullo de ciudad es ser diversa y que aquí no es bienvenida ningún tipo de discriminación ni agresión LGTBIfóbica como las que han aumentado en los últimos tiempos en nuestras calles”. Estoy aplaudiendo de pie. Empezamos.
Estas fueron las palabras que ha elegido la alcaldesa para anunciar la creación del Centre de Masculinitats Plural . Una de las iniciativas más osadas e interesantes que tiene a la población masculina como destinataria y que, no sin poco debate mediante, se propone tener una incidencia real en la vida cotidiana de las personas, en clave de transformación social. El nombre del Centro es una declaración en sí misma contra ese imaginario común que muchas veces nos hace pensar que la masculinidad es una sola. Y que es sinónimo de varón. Y cuando hablamos de varón creemos que hablamos de un cuerpo con pene y testículos, y que en la mayoría de los casos se relaciona sexoafectivamente con mujeres cis-género y que entonces es, además, heterosexual. Hablar de “masculinidades” en plural nos propone una multiplicidad de formas de habitar y de expresar las masculinidades en el mundo, que no es solamente la que por mandato hemos conocido, sino que son masculinidades lésbicas, las no binarias, las masculinidades trans, las masculinidades no heterosexuales. Todas estas modalidades también disputan, a su manera, la legitimidad de la categoría “hombre”. Lo plural se reclama como estrategia política para decir “hombre no es sinónimo del tío tradicional, heterosexual, etc”. Es válido decir, además, que estas masculinidades se entrecruzan, se intersectan, con posiciones de clase, étnico-racial, etc, y que estas condiciones van a influir a la hora de establecer qué posición se va a ocupar dentro de las jerarquías internas de este mundo de lo masculino.
Ahora bien, no me gustaría ignorar que tenemos a La Masculinidad en singular, de la cual solemos hablar como hegemónica porque se nos presenta como “naturalmente” dada cuando comenzamos nuestros procesos de socialización. A La Masculinidad, en singular (y ahora en mayúscula), me gusta pensarla como un dispositivo de poder. Un dispositivo de poder basado en un conjunto de discursos, de prácticas, que hace que aquellos sujetos que nacemos con pene, seamos socializados, seamos criados, seamos entrenados, para pensar, para sentir, que los cuerpos, que las energías, que los tiempos, que las capacidades de las mujeres, deberían estar a nuestra disposición. Es un dispositivo, que nos entrena para todo eso y que también genera expectativas en los otros géneros de cómo se espera que seamos. Como hemos mencionado, el resultado óptimo de este dispositivo es el tío blanco, heterosexual, occidental, etc. Después pueden venir algunos “desvíos”: o no somos blancos, o no somos occidentales, o no somos heteros, o a veces sí y a veces no. Pero siempre estamos afectados por ese dispositivo que nos interpela permanentemente y nos propone mantenernos bajo ese guión. Permitidme aquí poner la manifestación más extrema y cruel de las consecuencias de este dispositivo. Tema femicidios. Los femicidas declaran en reiteradas ocasiones “la he matado porque era mía”. Han dispuesto de la vida y del cuerpo de esas personas, cuando ellas han decidido no estar disponible para ellos. Cualquier atisbo de autonomía o independencia es una alarma para este dispositivo de La Masculinidad que busca diferentes estrategias de disciplinamiento como puede ser la más extrema violencia. Consideremos otros ejemplos, mucho más sutiles, cotidianos y aparentemente inofensivos, pero que en su reproducción sistemática a lo largo de la vida, configuran estas relaciones desiguales de poder de las cuales estamos hablando. Si en mi convivencia dejo la taza de café sucia en la pica suponiendo que va a venir alguien detrás mío a lavarla, es porque considero que mi tiempo es más importante que el de la otra persona y que puedo hacer algo más relevante que lavar una taza. Por tanto, voy a disponer del tiempo de la otra persona para que lo haga por mí. También, como se ha evidenciado en la pandemia, dispongo de su cuerpo para el cuidado de la salud sexual y reproductiva, también dispongo de su contención emocional para no hacerme cargo de la responsabilidad afectiva, también dispongo del espacio para ocuparlo con mi voz y con mi cuerpo a mi antojo… Y un largo etcétera.
Nos crían con el derecho a disponer. Por eso quería dejaros hoy, una reflexión que alguna vez he leído, que creo puede ser interesante que la tengamos bien presente a lo largo de nuestros días: La Masculinidad es un proyecto extractivista. Busca extraer de las mujeres sus energías, sus tiempos, sus capacidades.
Bajo este presupuesto, los varones debemos repensar nuestros deseos, nuestras formas de actuar, en el marco de las interpelaciones que nos provocan los feminismos. Y muy lejos de querer disputar cierto reconocimiento público de “varones feministas”, el desafío aparece en tomar esas gafas que han de ponerse a disposición desde el movimiento feminista para trabajar en nuestros vínculos personales y fundamentalmente, en nuestros ámbitos de socialización masculina. Donde las compañeras no llegan y se reproducen con más impunidad estos mecanismos de complicidad machista, precisamente porque sabemos que allí, no nos están observando esos ojos de las feministas que nos van a interpelar.
Creo que hasta aquí podríamos dejar el comienzo de esta experiencia llamada columna. Ampliaremos muchas de estas cositas que han aparecido hoy. Para eso me encantaría recibir de algún modo tus comentarios, sugerencias, quejas o recomendaciones. Ya nos iremos conociendo mejor. ¿Puedo comenzar contándote algo? He empezado una investigación doctoral. Sí, lo menos sexy que te podías imaginar. Es un mundillo un poco extraño y la gente es muy metódica. Entre esto y las redes sociales se me ha disparao la neurosis y he tenido que volver a yoga. Ese que se llama Ashtanga. Pierdo el equilibrio en la mayoría de las posturas.
Eso fue todo por hoy. Gracias totales por acompañarnos desde el otro lado y por haber llegado hasta aquí.
¡Hasta la próxima!