Poco podía imaginar el filósofo utilitarista australiano, Peter Singer, cuando publicó en el año 75 el libro “divulgativo” Animal Liberation, la potencia que podrían tener las redes para acabar con el especismo. Es broma.
Videos de leones, tigres y hienas que se abrazan a sus dueños o pasean en limusina. Perros humanizados al puro estilo Walt Disney, con cuentas propias en Instagram y TikTok, que nos explican su rutina. Influencers que nos muestran su amor infinito por su mascota. Simios vestidos con ropa de bebe. Un sinfín de imágenes, tan crueles como una corrida de toros, que nos dan una señal muy maquillada sobre el verdadero estado de los animales que nos muestran y nos despistan del verdadero problema: Los animales no humanos vienen sufriendo el cambio climático mucho antes que los animales humanos. La extinción empieza por los animales, los seres vivos más vulnerables del planeta. Actualmente, un 20% de las especies está en peligro de extinción y los motivos, además del cambio climático, es la caza, el tráfico ilegal y la introducción de especies invasoras.
Una activista animalista, especialista en animales exóticos, me explicó horrorizada, la cantidad de cuervos que han tenido que rescatar, coincidiendo con la emisión de la serie Juego de Tronos. Se puso de moda tener un cuervo en casa. Un problema para la biodiversidad y un negocio suculento para unas redes de tráfico internacional de animales. En el caso de los cuervos el negocio empezaba con la venta de los huevos para su cría en cautividad. Paradójicamente, esta frivolidad en las relaciones poco naturales que estamos teniendo con animales salvajes, ocurre al mismo tiempo que crece el rechazo social al modelo tradicional de zoos, delfinarios, que actualmente son vistos como cárceles de animales.
Somos más empáticos y compasivos con los animales, no hay ninguna duda. Existe una regla “no escrita” que nos indica que la calidad civilizatoria de una sociedad también se mide en cómo trata a los animales. Una prueba de ello son las numerosas políticas públicas de protección y bienestar animal. En Europa, muy dados a pensarnos superiores en derechos, salen directivas como churros de bienestar animal, aunque por la puerta de atrás los grandes lobbies, la agroindustria y poderes corporativos, europeos y norteamericanos, se dedican a llenarse los bolsillos destruyendo hábitats, sin importarles lo más mínimo la biodiversidad, la vida y los derechos de las personas de los territorios que explotan. Tampoco es extraño que las organizaciones políticas vean un caladero de votos en el activismo animalista o en personas “mascotistas” que viven con total desparpajo formar una familia multi especie y por ello, dan visibilidad e importancia en sus programas electorales a las propuestas de protección animal. Sin embargo, como ocurre en España, todos los avances sociales, que acaban en avances legislativos en bienestar animal despiertan a unos sectores, curiosamente los mismos que se oponen al feminismo, que resucitan al macho cazador y a la cultura de la tortura, como el hecho que la tauromaquia o la caza sea para la extrema derecha y la derecha extrema un signo de identidad patria. Toros y caza es la versión cañí del tío macho y rico que cuelga en redes un video abrazándose a un león. A pocos meses de que se debata la que será la primera ley estatal de protección animal en España, es necesario encarar el reto con mucha valentía. No temblar frente a sectores “peperos toreros” y dejarse guiar por esa mayoría de organizaciones, comunidad científica, activistas por los derechos de los animales, que nos alertan que no habrá salud en el planeta sin animales viviendo dignamente. Nuestra creciente sensibilidad y preocupación por los animales debe servir también para aumentar el respeto que le debemos a la vida de todos los animales. A los de casa, que son parte de nuestra familia, a los salvajes, protegiendo sus hábitats del extractivismo capitalista y a los llamados de producción, que llevan miles de años alimentándonos, que sufren y padecen, como nuestro gatito o perrito.