Columna publicada originalmente en CatalunyaPlural.
Cerrábamos el año 2021 con la terrible noticia de que una chica de veinte años se había suicidado después de haber denunciado hasta en cuatro ocasiones que sufría ciberacoso en sus múltiples formas: suplantación de identidad, mofas por su condición sexual y difusión de imágenes de sus seres queridos; uniéndose, así, a la interminable lista de personas jóvenes que se suicidan año tras año de forma irremediable en nuestro país y que nos ponen de manifiesto, una vez más, la importancia de cuidar nuestra Salud Mental.
Este caso en particular me tocó más de lo normal pues he de confesar que soy una de esas personas con alta sensibilidad que, aunque no conozca a la persona, me duele como si fuera a sucederme a mí misma y no, no es casual que me duela más de lo normal, esta chica tenía mi edad y sufría ciberacoso algo que, quién me sigue en mis redes sociales o le ha echado un vistazo a alguna de ellas, es algo “normal” en mi perfil.
Asimismo, después de charlar con la mejor amiga de esta chica (que por cierto, si lees esto te mando un abrazo virtual), me di cuenta de que las personas que hemos sufrido algún problema de Salud Mental, o lo tenemos en nuestro entorno, hemos desarrollado una alta empatía y sensibilidad que nos brinda el “poder” de tener un actividad digital basada en el respeto.
Desgraciadamente, una herramienta tan importante como las redes sociales que es fuente de conocimiento, enderroque de tabúes y liberación de prejuicios se está transformando en un sitio oscuro y tóxico en el que el odio y el acoso se han vuelto la norma.
Creo que es importante alzar la voz firmemente para denunciar que el sucidio o el ciberacoso no es algo que solamente afecta a personas famosas o a personas con una alta repercusión si no que también, sin desmerecer el dolor de las anteriores, sucede a personas anónimas que sufren en silencio sin saber qué hacer o a quién pedir ayuda.
El bullying convencional se está reencarnando en un espectro invisible que corre por la red, normalizándose y ocultándose entre anónimos, las 24 horas del día, los 7 días de la semana, sin descanso y con total impunidad.
Por contrapartida, diariamente nos rodeamos de inputs que alientan a las víctimas de ciberacoso a denunciar la situación que están viviendo para “ponerle fin” pero, sin embargo, se está demostrando, una vez más, que los entes que nos deben proteger no son ni capaces ni eficientes para hacerlo (incluso cuando la víctima había denunciado hasta cuatro veces).
Lejos de ser un reproche o un intento de ocultarlo como hacen las instituciones, debe recobrar sentido hacia políticas públicas y de control que realmente velen por la seguridad, los cuidados y la integridad física de todas esas personas a las que su mundo on-line, lejos de ser una escapatoria para desconectar, les es un auténtico infierno silencioso.
Educar una sociedad que entiende y quiere proteger la Salud Mental pasa por eliminar la concepción social que nos dice que la solución al ciberacoso es el botón de “bloquear”; este botón, que simplemente es un parche artificial, no termina con el problema; en todo caso termina con el problema del acosador activo, que tendrá que buscarse otras vías (y las busca) para acosar a la víctima. No sé puede terminar mediante un simple botón con un problema que crea grandes estragos y secuelas a las personas que reciben acoso diariamente, odio e incluso amenazas; personas que dan su opinión sin faltar el respeto y en 20 minutos tienen decenas de comentarios de odio. Y no, no estoy hablando de críticas constructivas, estoy hablando de auténticas faltas de respeto (que se acentúan si eres mujer) y que hacen que al final tengas miedo, incluso, de decir lo que piensas ¿hasta dónde hemos llegado que tenemos que estar justificando las denuncias por ciberacoso?
Es evidente que dotar de recursos y empoderar a las víctimas contribuye a intentar limpiar nuestra sociedad del odio y la polarización que estamos viviendo, pero de nada sirve que las víctimas hagan su parte del trabajo (que suficiente tienen con seguir respirando y tirando hacia delante cuando se las está machacando diariamente) si somos incapaces de dirigirnos a la raíz del problema que son todas esas personas que, por diversos motivos (que estoy segura que son de peso), dedican su tiempo libre a denigrar, coaccionar y vejar a personas por redes sociales creyéndose que, por tener una pantalla de por el medio, sus acciones no tienen consecuencias negativas que pueden llegar a ser, desgraciadamente, irremediables.
Creo firmemente que gran parte de la responsabilidad para erradicar el ciberacoso la tiene el Estado y, por qué no decirlo, todos los políticos que han violado el auténtico significado del poder del debate y que han convertido la política y la refutación de ideas en un circo de polarización y faltas de respeto. Es responsabilidad de toda la sociedad (y por ende del Estado) empezar a educar con unos valores de respeto y cuidados que se materialicen en las redes sociales para que así, nunca más, una persona joven crea que la mejor forma de poder vivir en paz es, precisamente, quitarse la vida. El mundo digital ha venido para quedarse: aprendamos de los errores del mundo terrenal y contribuyamos, cada persona con su granito de arena, a construir una red sana con cuidados, respeto, dialéctica y, sobre todo, vida.