En la primera entrega de esta columna hablé de la importancia de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y apunté a diversos sectores que debían revisar su modelo. Hoy vamos a analizar uno en particular: el comercio electrónico.
Aunque se ha intensificado durante la pandemia, hace ya años que el sector está al alza. Las posibilidades que nos ofrece la tecnología, la rápida adaptación de los consumidores a la misma y, por supuesto, la comodidad de comprar desde casa y recibir el producto sin tener que ir a buscarlo lo han hecho posible.
Pero, ¿es oro todo lo que reluce?
Este modelo de negocio, está copado por los llamados Market Place (en adelante MP), en los que me voy a centrar. Los MP son sitios online donde se puede comprar prácticamente de todo, y esconden todo un entramado tecnológico y logístico que es cualquier cosa menos sostenible. Un modelo de lo que llamamos emisiones indirectas, o no generadas en la producción. Veamos:
Lo primero que encontramos es una web que hace de intermediario entre comprador y vendedores, así en plural, porque lo que hacen es aglutinar los productos de cientos de proveedores en un solo espacio. Estas webs acostumbran a residir en grandes centros de cálculo donde hay miles de servidores y donde el consumo eléctrico de estos, más el de la refrigeración necesaria para mantenerlos funcionando, es ingente. Se estima que el consumo global de los centros de cálculo es de unos 416 TW, sobre un 3% de la energía generada a nivel mundial, y representa un 40% más que la energía consumida por todo el Reino Unido. Si esa energía se genera con combustibles fósiles ya tenemos el escenario completo.
Lo segundo es el empaquetado. Para garantizar que el producto llega en buen estado, se protege con una absurda cantidad de capas de cartón, porexpan y plástico. Muchas veces las cajas son inexplicablemente más grandes que el producto, y se rellenan con plástico de burbujas, para que el pequeño producto no se mueva dentro de la caja. Residuos por un tubo y de difícil reciclaje. En EE UU los residuos derivados de los envíos ya suponen un 30% del total generados en este país. Y aquí se produce una perversión del sistema considerable: el coste del reciclaje lo asumen, vía impuestos, los consumidores, no los productores o los vendedores.
Luego está el transporte. Un elemento común de los MP es que casi nunca sabes de donde viene el producto que compras. El criterio para seleccionar un proveedor u otro no es la proximidad, que sería lo lógico, sino si dispone de stock y, por tanto, puede entregar más rápido. Este sinsentido, que aceptamos alegremente dándole al botón de comprar, significa que el producto tiene que recorrer distancias larguísimas, muchas veces transatlánticas, para llegar a nuestras casas. Peor es cuando compramos más de un producto en la misma web, pensando que lo hacemos a un único proveedor (e incluso a veces cuando es así) y se genera un envío por producto. Si el producto se transporta por aire sus emisiones multiplican entre por 6 y 8 veces a las del que se transporta por tierra.
A esto hay que añadir lo que en logística se llama la “última milla”, es decir, la distancia entre los centros logísticos y nuestro domicilio. Aunque últimamente se están renovando las flotas por vehículos eléctricos e incluso por bicicletas de carga, lo cierto es que la mayor parte de estos desplazamientos se hacen con vehículos de combustión, con el impacto en emisiones y en contaminación atmosférica que ello representa. Un elemento adicional son las devoluciones. Cerca de un 30% de los productos se devuelven, con lo que aumentan los desplazamientos y las emisiones.
Otro elemento a considerar es la poca capacidad de establecer rutas racionales de reparto al tener que pactar con el cliente el horario de entrega, cosa que lleva a un montón de km realizados de forma innecesaria.
Para hacernos una idea de la dimensión del problema, las emisiones de Amazon, el MP por excelencia, superan a las de 9 de los 27 paises miembros de la UE.
Todo esto debería hacernos reflexionar sobre el uso que hacemos del comercio electrónico. Si bien en ocasiones solo es posible encontrar un producto determinado por internet, muchas veces nos podemos plantear adquirirlo en los comercios locales, con lo que nos ahorraríamos buena parte del empaquetado y las emisiones por transporte, aparte de favorecer la economía local en lugar de hinchar a las grandes multinacionales.
Y si no hay alternativa, intentemos no elegir los plazos de entrega más rápidos o comprar en sitios donde se pueda seleccionar el proveedor y elegir uno cercano.
Desde la gobernanza o las propias empresas implicadas se puede actuar para reducir este impacto. Desde gravar con “impuestos verdes” estas actividades, pasando por repercutir el coste del reciclaje en productores o vendedores, hasta racionalizar los procesos y cambiar los criterios de transporte y entrega, reducir el empaquetado a lo mínimo y esencial, e incluso recuperar en el momento de la entrega el embalado para reutilizarlo.
Otra solución sería (y ya empieza a usarse) la entrega de productos en taquillas a los que el cliente acudiría para recoger el pedido. Se estima que las emisiones con este método se reducirían en un 63%.
A veces pequeños cambios que se hacen muchas veces suponen un gran cambio.