Durante casi 50 años, gobiernos españoles de diferentes ideologías han sostenido su apoyo a las decisiones de la ONU en favor de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental, el último territorio español en África (excluyendo Ceuta y Melilla). La ciudadanía se pregunta por qué ahora España ha dado un giro a su política exterior respecto a la ex colonia. A priori no se entiende por qué la primera noticia nos ha llegado a través de Marruecos, menos aún por qué el Parlamento no fue informado. Tampoco que los socios de Gobierno no tuvieran conocimiento, voz ni voto en este tema y por último, ya con cierta perspectiva y muchos más datos que cuando ocurrió, por qué la ministra de Exteriores Arantxa González Laya fue fulminantemente cesada por permitir que el líder del Frente Polisario, Ibrahim Ghali, recibiera asistencia médica en España. Además de condolernos y solidarizarnos con el maltratado pueblo saharaui, debemos entender lo que pasa y exigir respuestas.
La decisión del presidente Pedro Sánchez responde en primer lugar a los intereses de EEUU y en menor medida también de Europa, en este caso para evitar depender de los carburantes rusos en un futuro más o menos cercano, sobre todo Alemania. Pero este argumento es demasiado simplista y contradictorio, porque se plantea violentando a Argelia, que es el principal valedor del pueblo saharaui, justo cuando su gas y sus otros recursos energéticos podrían ser de gran utilidad para Europa tras la crisis creada por la invasión rusa de Ucrania. Y justo cuando la alternativa del gas argelino frente al ruso parece obvia, la balanza internacional, arrastrando a España con ella, se decanta hacia Marruecos y lo convierte en vencedor diplomático de esta contienda. Un reino de muy dudoso perfil democrático que ocupa ilegalmente el territorio saharaui desde 1975 y explota sus riquezas en beneficio propio desobedeciendo las resoluciones de la ONU.
Estados Unidos, al final de la presidencia de Donald Trump reconoció los presuntos derechos de Marruecos sobre el territorio saharaui a cambio de que Rabat estableciera relaciones diplomáticas con Israel. Y cuando Joe Biden llegó a La Casa Blanca hace poco más de un año no corrigió esa decisión. Fue decepcionante. Sacrificar al pueblo saharaui por ese reconocimiento de Israel, sumado al escarnio que por ese mismo motivo sufre el pueblo palestino desde 1948. En el fondo, presida quien presida, EEUU sigue fiel a su esencia: primera potencia del mundo y adalid del capitalismo, un puesto que quiere seguir conservando.
Pero no estamos ante un problema sencillo. Argelia es el principal aliado de Rusia en el Magreb y Moscú el principal vendedor de armas destinadas al ejercito argelino. Ya lo era en tiempos de la URSS, que también tenía buenas relaciones con el Frente Polisario y la República Árabe Saharaui Democrática. Por otro lado, EEUU ha demostrado siempre especial interés por el reino alauí y también por el Sáhara Occidental desde los tiempos en que el territorio era todavía colonia española. Ambos países han explorado desde antiguo lo que supondría echarle mano a los ricos yacimientos de fosfatos. De momento, Marruecos explota ilegalmente esos recursos aunque sea sin llevar a cabo llamativas obras de infraestructura. Y todo el mundo lo sabe: la ONU, que tiene un destacamento en la zona (MINURSO), la UE, etcétera.
La historia
A partir de 1860, el territorio tuvo diferentes tamaños y estatus diversos bajo control español hasta convertirse en provincia en 1958, y por tanto su población, que en aquella época era de unas 75.000 personas, tenía nacionalidad española. En la década de los 60 y 70 del siglo pasado muchas colonias (cualquiera que fuese el nombre que se les diera) siguieron los procesos marcados por la ONU y consiguieron su independencia. Y eso era en principio lo que tenía que haber pasado en el Sáhara Occidental. Pero, el descontrol que se produjo en España en fechas previas a la muerte de Franco no permitió culminarla. Presionados por la Marcha Verde marroquí las autoridades españolas llevaron a cabo una precipitada y abrupta retirada militar y los saharauis fueron abandonados a su suerte. Tras firmar el Acuerdo Tripartito de Madrid, España interrumpió su proceso de descolonización y abandonó definitivamente el territorio, sin traspasar a nadie su soberanía ni su condición de potencia administradora designada por la ONU.
Durante todo el proceso de la enfermedad de Franco, Washington asumió en la sombra un papel protagonista para redirigir el futuro del Sáhara Occidental a su conveniencia e influir en el norte de África. El 16 de octubre de 1975, un mes antes de la muerte del dictador y a instancias de Rabat, el Tribunal Internacional de La Haya dictó una sentencia que seguía los pasos de la resolución de la ONU y volvía a rechazar de plano las pretensiones de Marruecos y Mauritania. Pero el rey Hassan II se negó a aceptarla, sabiendo que los norteamericanos le respaldarían a él porque Washington quería impedir una mayor influencia soviética en la zona a través de Argelia, y no quería dejar en manos de la agonizante dictadura franquista la provincia africana. También temía que el ejemplo portugués de la Revolución de los claveles cundiera en la España posfranquista.
Sobre este periodo de tiempo da cuenta pormenorizada la extensa biografía de Franco firmada por los historiadores Stanley Payne y Jesús Palacios, quienes señalan que el dictador tenía verdadero interés en que el territorio lograra la independencia por la vía del referéndum. La debilidad del Gobierno presidido por Carlos Arias Navarro hizo imposible llevar a cabo ese propósito.
Los detalles de estos hechos están documentado en los archivos de la CIA, que en enero de 2017 abrió el acceso a decenas de miles de documentos clasificados en su día como secretos y semisecretos. En ellos se constata que la Marcha Verde fue una operación ideada por el Departamento de Estado norteamericano que contó con el apoyo logístico de la CIA y el económico de Arabia Saudí. El plan consistía en trasladar a unos 300.000 civiles marroquíes (con unidades militares armadas camufladas entre ellos), como si se tratara de una invasión pacífica para «recuperar» lo que, según el rey Hassan, era de ellos.
La penetración en el territorio saharaui se inició en secreto varios días antes de su fecha oficial de salida. Así, si finalmente la operación fallaba y se llevaba a cabo el referéndum previsto, la descompensación poblacional entre saharauis y marroquís impediría la independencia. Los documentos revelan que Marruecos estaba en situación muy apurada en su pulso contra el Frente Polisario hasta que Estados Unidos, Francia y Arabia Saudí intervinieron en su ayuda. Las buenas relaciones de Hassan II con Henry Kissinger, entonces secretario de Estado de EEUU, y con la familia real saudí dieron los resultados deseados por Marruecos.
El papel que el entonces príncipe Juan Carlos desempeñó en esta crisis es, cuando menos, confuso. Según los mencionados documentos de la CIA, el príncipe —que ya había sustituido durante mes y medio a Franco al frente del país en su crisis de salud de 1974 y esperaba ser ratificado como rey tras la muerte del dictador— mantuvo contactos secretos con EEUU y Marruecos, al tiempo que prometía a los militares españoles que llevarían a cabo una retirada honrosa del territorio.
El periodista Lehbib Abdelhay, citando como fuente los documentos de la CIA, asegura en la web ECSaharaui que el entonces príncipe Juan Carlos movió hilos a través de hombres de su confianza -el general Alfonso Armada, el marqués de Mondéjar y Torcuato Fernández Miranda- y por mediación del secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, se comprometió con Hassan II a facilitar la entrega del Sahara español a Marruecos a cambio del apoyo político de EEUU cuando se convirtiera en rey de España. El 2 de noviembre de 1975, mientras seguía en tratos con los americanos, Juan Carlos visitó a las tropas españolas destacadas en el Sahara para pronunciar un vibrante discurso: “España no dará un paso atrás, cumplirá todos sus compromisos, respetará el derecho de los saharauis a ser libres”. Y agregó: “No dudéis de que vuestro comandante en jefe estará aquí, con todos vosotros, en cuanto suene el primer disparo”.
Foto: Fran García (Flickr)