Mito 1: las personas ecologistas son unas abraza-árboles
A menudo las personas ecologistas somos vistas y calificadas como unos bichos raros antisistema que solo nos preocupamos de las plantas y los animales, y que estamos en contra de todo progreso. Entre los epítetos que nos dedican podemos encontrar perroflautas, abraza-arboles, come-hierbas, ecolojetas o ecopijos, por citar algunos. El menosprecio al ecologismo es evidente. Y, aunque la lucha ecologista empezó hace décadas para dar respuesta a los efectos nocivos de la economía capitalista, es ahora cuando empieza a haber una cierta conciencia ecologista colectiva ante la evidencia de la emergencia climática.
Aun así, ¿cuántos saben de verdad lo que es la ecología? Según la RAE es la Ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con su entorno; pero también es parte de la sociología que estudia la relación entre los grupos humanos y su ambiente, tanto físico como social. Y como tercera acepción tenemos que es la defensa y protección de la naturaleza y del medio ambiente.
¿Sorprenden la primera y segunda definiciones? Pues sí, la ecología es una Ciencia y en España se cursa en un grado de Ciencias Ambientales ofertado en más de 30 universidades. Por tanto, dentro del colectivo ecologista encontraremos tanto a especialistas con una licenciatura científica, como a la ciudadanía preocupada, que entraría en la tercera definición.
Mito 2: el ecologismo es negativo y catastrofista
El nivel de credibilidad del movimiento ecologista acostumbra a estar por los suelos, a pesar de que el tiempo ha demostrado la validez de sus planteamientos repetidamente: peligro de la energía nuclear (recordemos Chernóbil y Fukushima), riesgos de contaminación masiva por vertidos de crudo (Exxon Valdez, Prestige, Guerra de Golfo, etc.), agujero de la capa de Ozono, calentamiento global (luego cambio climático y ahora emergencia climática), contaminación atmosférica, riesgos de la deforestación, etc.
Por todo ello, sorprende comprobar la reticencia generalizada a no a aceptar las teorías ecologistas, pero también impresiona que ni siquiera se consideren ni debatan.
Es evidente que entre los mecanismos de defensa que desarrolla la especia humana está el de ignorar los riesgos que no son inmediatos y evidentes. ¿Para qué nos vamos a preocupar de algo que es probable que no suceda, y si sucede será dentro de unas décadas?
El problema es que llevamos demasiado tiempo con esta actitud y ahora, lo que era poco probable, resulta que es real e inminente. Es el caso del cambio climático y el impacto sobre nuestras vidas, que en estos momentos, y a pesar de los avisos de la comunidad científica, somos incapaces de calcular.
Mito 3: el ecologismo se opone al progreso y al bienestar
Al contrario de la creencia generalizada, el movimiento ecologista no solo “se opone”, sino también propone, y muchas veces con base científica.
Uno de los ejemplos más claros es la propuesta de transición ecológica. Planteada inicialmente como herramienta política por los verdes europeos en 2011 finalmente ha sido asumida por la Unión Europea (aunque con matices que la desvirtúan), para hacer frente a la crisis múltiple que sufrimos.
Otro de los conceptos aportados desde el ecologismo y sectores de la economía críticos con el neoliberalismo capitalista, y uno de los mas menospreciados y vilipendiados es el de decrecimiento.
Efectivamente, en una sociedad donde se ha puesto en un altar el crecimiento económico y su indicador por excelencia el PIB, el decrecimiento (por otra parte un término acuñado con la intención de provocar reacciones) es casi como el anticristo, la herramienta con que los enemigos del progreso y el bienestar amenazan para acabar con nuestras estupendas y cómodas vidas.
Pero resulta que, precisamente, el progreso y el bienestar (para todo el mundo) es lo que motiva el cambio de modelo propugnado por esta corriente de pensamiento.
Partiendo de que es imposible el crecimiento infinito basado en la explotación de recursos naturales finitos, el decrecimiento propone una reducción planificada de la actividad económica, de forma que no se superen los límites ecológicos los cuales, por otro, lado llevamos décadas superando, como se puede comprobar mirando el histórico del Dia de la deuda ecológica, o Earth Overshoot Day.
Mito 4: el mercado se autorregula y la salida a toda crisis es el crecimiento económico
El neoliberalismo ha conseguido que en las facultades de economía de todo el mundo el capitalismo sea la ortodoxia, y que otras variantes de la economía sean despreciadas al no apostar por el crecimiento económico sin fin. Así, se han ignorado totalmente la economía ecológica y la teoría del decrecimiento y se ha apostado por un único modelo de crecimiento constante basado en la producción y consumo de bienes sin fin. La ley de la oferta y la demanda se encargaría de regular las disfunciones del mercado y las regulaciones se harían por tanto innecesarias.
Pero ahora nos encontramos con un mundo donde la escasez de recursos naturales por la sobre-explotación, combinada con los efectos de la pandemia y guerras como la de Ucrania llevan a un desabastecimiento energético, un encarecimiento de los productos, una inflación galopante y unas expectativas de crecimiento (que como ya he dicho se asocia erróneamente con bienestar) a la baja, al ser imposible mantener el ritmo de producción.
Ante la subida de precios de la energía y los combustibles (que el mercado no ha podido controlar) han sido los estados los que han intervenido para que miles de personas pudieran seguir trabajando sin entrar en números rojos. En España la huelga convocada por el sector del transporte amenazó con parar del todo el país y el Gobierno se apresuró a subvencionar con dinero público los carburantes. Una vez más, los entes públicos al rescate de las disfunciones del negocio privado.
Y en este momento, la coyuntura actual apunta hacia un decrecimiento forzoso que, evidentemente, será más traumático que uno hecho de forma planificada. A los retos climáticos se añaden ahora unos riesgos que pueden dejar a gran parte de la población mundial empobrecida y desamparada, algo que podría haberse evitado de no esconder la cabeza bajo el suelo y estudiar y debatir alternativas al modelo imperante.
Quizás va siendo hora de prestar más atención a la ciencia, a la ecología y a los planteamientos que persiguen la preservación de la vida, los recursos naturales y el bienestar colectivo, en lugar de seguir con el paradigma del enriquecimiento individual a costa de lo que sea.
Lo que está en riesgo no es el planeta, que ya ha sobrevivido a cinco extinciones masivas. Lo que está en riesgo es la vida de la gran mayoría de especies que lo habitan. Entre ellas la humana, la más numerosa y de lejos la más nociva.