La actual desigualdad social constituye un desafío mayúsculo propio del primer tercio del siglo XXI. Atenta contra principios básicos de justicia social (la libertad, la igualdad de oportunidades, la dignidad de las personas e incluso los derechos humanos). Es además socialmente corrosivo: sociedades más desiguales reducen los niveles de confianza en el propio esfuerzo y dan lugar a efectos sociales no deseados (enfermedades mentales, mayor fracaso escolar e incluso mayores tasas de criminalidad, entre muchas otras cuestiones).
La desigualdad social, por tanto, conlleva efectos negativos sobre el conjunto de la sociedad. Hace prácticamente imposible la movilidad social y en consecuencia, como señala Michael Sandel, la meritocracia deviene en mera ficción. Además, como subrayan economistas de la talla de Joseph Stiglitz o Lourdes Benería, la desigualdad social es ineficiente económicamente, esto es, no se genera un crecimiento económico duradero cuando existen desorbitados ingresos y cargas impositivas soft a los superricos y a la vez coexiste con contención salarial de trabajadores/as y clase media.
Estamos pues frente a un huracán llamado desigualdad social, más fuerte que nunca y con consecuencias devastadoras sobre las mismas sociedades. La premiada película Nomadland nos lo mostró el rostro de las personas mayores en EEUU. Las cifras en España, y en Catalunya, generan desasosiego: una de cada de tres personas están en riesgo de pobreza y exclusión social. Todo ello, por eso hablamos de desigualdad social, en un marco dónde no dejan de crecer las mega fortunas. Por tanto, el problema no es de producción de riqueza sino fundamentalmente de distribución de la misma. Un problema de primer nivel.
Con la misma fuerza que señalamos su enorme peligro sobre las sociedades, debemos también utilizar esa misma energía para remarcar que las dimensiones actuales de la desigualdad -lejos de su “naturalización” pretendida por bufones de las élites-, se explica por decisiones políticas tomadas en las últimas décadas. Thomas Piketty muestra en sus distintos informes la estrecha relación entre la reducción de los tipos fiscales máximos -ADN del neoliberalismo-, y el aumento de las desigualdades. Si ampliamos la mirada de forma retrospectiva y observamos el período conocido por Hobsbawm “The “golden age of capitalism” (1945-1970), nos encontramos con una época con progresividad fiscal alta, cargas impositivas hard a los superricos. Que, como sabemos, dio lugar a sociedades más igualitarias, que a su vez consolidaron la emergencia de las llamadas clases medias, junto con crecimiento económico continuado. Dicho en otras palabras, la desigualdad social es reversible. En otros momentos de la historia contemporánea se ha reducido. La mejor transformación institucional contemporánea de reversibilidad se corresponde a lo que conocemos como “New Deal”: en la primera parte del siglo XX en EEUU el “New Deal” distribuyó de manera nada menospreciable la riqueza (en Europa tomó la forma de creación de los modernos Estados del Bienestar), generando la “Golden age” a través de menores cuotas de desigualdad social vía redistribución de la riqueza de arriba a abajo.
El reto, por tanto, es cómo pensar un nuevo “New Deal”, lo que ha venido a conocerse como nuevo contrato social. Un nuevo “New Deal” actualizado para las sociedades del siglo XXI, esto es, para una época global, con una nueva matriz productiva (el conocimiento) y en el marco de la una crisis ecológica sin precedentes. Hará falta decisión política situando en la pole de las agendas públicas el tema de la desigualdad social. Volver a situar la prioridad en las decisiones políticas que pueden ayudar a reducir la desigualdad. ¿Qué elementos deberían conformar el nuevo “New Deal”, cuyo objetivo debe ser reducir drásticamente la corrosiva desigualdad social?
Un primer marco de actuación deberían ser las políticas educativas, baluarte de la igualdad de oportunidades, pero hoy sacudidas por quienes vieron en la educación no un derecho sino business as usual. Hará falta, para salir de la intemperie, un plan de reconstrucción de gran calado que aumente significativamente el gasto PIB en educación, especialmente en educación superior (universidades y ciclos medios y superiores).
Un segundo marco de actuación debería ser en políticas sanitarias y de salud pública a fin de que traduzca el lema “poner la vida en el centro” en términos de políticas públicas. Esto es, que empiece el trayecto hacía una sociedad de los cuidados a través de la creación de un Sistema Público, como bien explican Javier Padilla y Pedro Gullón en diversos materiales publicados a raíz de la pandemia global.
Un tercer marco de actuación ha de focalizarse en la adecuación de las políticas de redistribución de la riqueza: acotar la desmesura de la propiedad introduciendo consistentes impuestos progresivos de sucesión e impuestos sobre el patrimonio a fin de garantizar una igualdad de oportunidades real; promover acuerdos institucionales para evitar que el capital se concentre de forma ilimitada, y, por tanto, contraria al interés general con una fiscalidad progresiva pivotada sobre las grandes fortunas. Como nos recuerda Piketty, e incluso Barrington Moore, no existe democracia sin redistribución. La tipología de las reformas agrarias que garantizaron la democratización del acceso a las tierras en los siglos XVIII y XIX, debe ser aplicada hoy a la democratización de las rentas.
Un cuarto marco de actuación se sitúa en la política de distribución directa de la riqueza. Ampliación de los salarios indirectos, pero fundamentalmente la creación de un salario directo, la demanda que ha venido a conocerse como Renta Básica Universal. Son infinidad hoy ya las iniciativas académicas, y no solo, favorables a una medida de este tipo en un contexto dónde no se produce la distribución de la riqueza de forma equitativa.
Estos cuatro marcos de actuación deben guiar la proa de los movimientos y agentes institucionales decididos a subvertir el presente a fin de hacer avanzar nuestro mundo hacía un sitio con menos desigualdad social y, por tanto, con más futuro. Todos ellos se focalizan hacía la palabra común distribuir la riqueza, un nuevo pacto social para vivir juntos. No hacerlo lleva a un presente y un presente nada halagüeño, dónde las batallas y conflictos entre pobres, y entre territorios -los brexits a venir- en la búsqueda imposible de un trozo de un pastel cada vez más menguante, formarían parte del escenario gris al que algunos, de forma deshonesta y peligrosa, pretenden llevarnos.