
Columna original publicada en Catalunya Plural.
Somos muchas las personas jóvenes que este año hemos podido alzar la voz ante una problemática milenaria que ha sido ocultada, silenciada y estigmatizada cómo es el cuidado de la Salud Mental. Hemos normalizado enfermedades como la ansiedad que nos ponen de manifiesto que tenemos que invertir más recursos públicos en la prevención y detección de estas para así, construir un sistema educativo y de cuidados que ponga en el centro nuestra Salud Mental que es, básicamente, el motor de nuestras vidas.
En nuestro país 1 de cada 4 jóvenes sufre depresión o ansiedad; 400.000 personas en 2019 fueron diagnosticadas con un Trastorno de Conducta Alimentaria (300.000 eran jóvenes entre 12 y 14 años); cada 2 horas se se suicida una persona, siendo esta la principal causa de muerte no natural entre las personas jóvenes y tal como determina UNICEF; somos el primer país europeo con mayor prevalencia de trastornos mentales en adolescentes.
Sin embargo, a pesar de estas cifras que recaen como una losa, nos situamos muy por debajo de la media de otros países europeos en inversión y atención en la sanidad pública para blindar un servicio psicológico garantista y de calidad: mientras la media europea de psicólogos por cada 100.000 habitantes es de 18 profesionales, en nuestro país, por contrapartida, tenemos 6 profesionales por cada 100.000 habitantes, dejando de manifiesto y de forma muy clara que el servicio psicológico público en España es decadente e ineficaz.
Resulta evidente que tenemos un grave problema a la hora de atender y ayudar a todas estas personas que necesitan una atención urgente para poder cuidar su salud mental. Las listas de espera interminables, la escasez de plazas públicas en psicología, la rápida medicalización o el tardío diagnóstico provocan que llegamos tarde en muchas ocasiones y que dejamos a su suerte a muchas personas jóvenes que piden ayuda para poder dejar atrás un huracán de emociones y un ahogamiento mental que muchas veces es indescriptible.
Normalizar los ataques de ansiedad entre las personas jóvenes, los medicamentos para poder dormir, el aislamiento por la pandemia, la necesidad de cafeína para poder avanzar durante el día, el falso espejismo de las redes sociales, los cánones de belleza irreales que nos hacen distorsionar la imagen de nuestro cuerpo, los anónimos que acosan con total impunidad o la infravaloración de nuestros sentimientos cuando decidimos levantar la voz, son algunas de las causas por las cuales muchas jóvenes se ahogan en silencio, inseguros para expresar sus sentimientos, emociones o vivencias por sentirse culpables de su propio malestar.
Es responsabilidad de todas las personas que formamos parte de la sociedad entender que las problemáticas que afectan la Salud Mental son igual, o incluso más importantes, que las problemáticas que afectan a la salud física, pero es todavía más responsabilidad del Estado y de las instituciones garantizar que ningún joven de este país sienta que no tiene las herramientas suficientes para poder cuidar su Salud Mental.
Un país que banaliza, criminaliza o margina el cuidado de la Salud Mental es un país que está abocado al fracaso y a su imposible desarrollo. Y más cuando dejamos que la juventud, que es el presente y el futuro de nuestro país, se ahogue en soledad a causa de la escasez de recursos y de unos servicios psicológicos públicos que son decadentes y que impiden a los y las profesionales desarrollar una tarea esencial en nuestro país como es el hecho de cuidar, proteger y desarrollar el control de nuestras emociones y de nuestra Salud Mental.
Sueño que, más temprano que tarde, ninguna persona joven se sienta culpable para sentir sus propias emociones porque, ese día, significará que hay un pacto político y social unánime que ponga en el centro de las políticas públicas la Salud Mental, el bienestar y el acompañamiento a las personas jóvenes para descubrirse en sus propios procesos de manera sana, digna, gratuita y sobre todo, eficiente.