
Las tropas de Moscú mandadas por Putin penetraron en Ucrania la madrugada del jueves 24 de febrero confirmando los peores pronósticos del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que lo había anunciado reiteradamente. Y defraudando las expectativas europeas de que la invasión no llegaría a producirse. Lo que nadie esperaba es que, consumado el ataque y tras anunciar Occidente las sanciones que se van a imponer a Rusia, el presidente Vladímir Putin amenazara con las armas nucleares para la guerra en Ucraina.
Hacía medio siglo que nadie había recurrido a esta brutal intimidación y al hacerlo el presidente ruso ha roto todas las barreras. Introducir en el relato el uso del armamento atómico es una temeridad que solo puede perjudicarle. De momento ha aglutinado a una opinión pública internacional, dispersa en condiciones normales, pero cohesionada ante una amenaza de tal calibre. Si la crisis se agravara, al otro lado de la barricada también hay armas nucleares.
¿Es la guerra en Ucraina la «guerra de Putin»?
No cabe duda de que el conflicto que se ha iniciado “es la guerra de Putin”, que él es el responsable y que el ataque ha despertado una gran solidaridad a favor de Ucrania en Europa y en buena parte del mundo. Pero como dice el periodista Thomas L. Friedman en The New York Times, en esta crisis “Estados Unidos y la OTAN no son observadores inocentes que pasaban por allí”. Han tenido responsabilidades, aunque a veces haya sido por omisión, en la caótica fragmentación de la Unión Soviética y en el deslizamiento de la nueva Rusia hacia el aislamiento y la autocracia.
Pero empecemos por el principio. Realmente al borde de la guerra nuclear el mundo solo ha estado durante la crisis de los misiles en 1962, con John F. Kennedy y Nikita Jruschov como protagonistas. Tras ese momento crítico la distensión entre los dos bloques se inició con dificultades pero con paso firme. Se retiraron los misiles rusos de Cuba y poco después los de la OTAN desplegados en Turquía frente a la frontera con la URSS.
Tras otro momento de gran tensión por el despliegue de misiles nucleares de alcance medio en Europa, a principios de los años ochenta, los esfuerzos de distensión culminaron en diciembre de 1987 con un tratado firmado por los líderes de la URSS, Mijaíl Gorbachov, y EEUU, Ronald Reagan, que eliminó los euromisiles, proyectiles con un alcance de entre 500 y 5.000 kilómetros. En total fueron destruidos en cuatro años 2692 misiles, 846 por EEUU y 1.846 por la URSS.
El fin de las armas nucleares…
El Tratado INF (por las siglas en inglés de Intermediate-Range Nuclear Forces) fue un acuerdo de gran transcendencia que puso fin a más de 40 años de sobresaltos y tensiones entre las dos potencias y los socios europeos de la OTAN. Entre estos últimos figuraba ya un flamante nuevo miembro, España. Aunque el compromiso se firmó en 1982, España no inició su participación en las estructuras militares hasta marzo de 1986, tras un referéndum consultivo a la población en el que ganó el “SÍ” a la adhesión.
Este tratado, importantísimo, que culminó una serie de acuerdos de control de armas suscritos por EEUU y la URSS, marcó de hecho el fin de la Guerra Fría. Pero lo más espectacular estaba aún por llegar. En noviembre de 1989 fue derribado el Muro de Berlín, lo que permitió la reunificación de Alemania un año después, y la euforia que estos acontecimientos despertaron resultó ser perniciosa para los regímenes comunistas de Europa que se hundieron poco después como un castillo de naipes.
En aquel clima de cooperación entre EEUU y la URSS hubo muchos acuerdos, más de los que quedaron oficialmente rubricados. Pero una pregunta sigue sin respuesta: ¿hubo o no garantías occidentales de que la OTAN no se ampliaría hacia el ¿Este a cambio del plácet soviético a la reunificación alemana? La prestigiosa historiadora estadounidense Mary Elise Sarotte, especializada en la post Guerra Fría, aún se lo preguntaba hace tres años en un artículo publicado en la revista Foreign Affaires. Los rusos afirman que sí, que hubo promesas que no se cumplieron y están en el origen de sus actuales reclamaciones.
…y la vuelta a las armas nucleares
La euforia internacional propiciada por la distensión y el ímpetu reformador de Gorbachov no duraron mucho. Frente a las reformas políticas y económicas progresivas planteadas por el último líder de la URSS, Occidente optó por apoyar al presidente de Rusia, Boris Yeltsin, y otros líderes soviéticos que decidieron aplicar un giro brusco hacia la economía de mercado y la desintegración de la URSS en 15 repúblicas, la mayor de las cuales, Rusia, heredó el armamento nuclear y los compromisos internacionales de la URSS. Los dirigentes occidentales consideraron que un imperio desintegrado y debilitado económicamente iba a resultar menos peligroso y más manejable.
Abría ante ellos una enorme fuente de recursos y mercados prometedores. Y la coartada inicial, ayudar a esos nuevos estados a consolidar sus incipientes democracias, se fue difuminando con los años. A día de hoy, las democracias consolidadas en el espacio ex soviético pueden contarse con los dedos de una mano.
Concretando en Rusia, la presidencia de Yeltsin, que se prolongó a lo largo de los años 90, fue caótica. Acentuó los problemas que ya existían en la época de Gorbachov y generó otros nuevos. Occidente no estuvo a la altura. Por el contrario, la política que se aplicó fue la de reforzar el aislamiento de la nueva Rusia envuelta en un ropaje que pretendía aparentar lo contrario. Es decir, trataba de apaciguar la incomodidad creciente que suponía para Moscú que países de su antigua órbita se incorporaran a la OTAN.

Informaciones publicadas en El País por Xavier Vidal-Folch en 1997 arrojan luz sobre esta situación. Aquel año, Javier Solana, entonces secretario general de la Alianza Atlántica, y Yevgueni Primakov, ministro de Exteriores ruso, suscribieron un acuerdo de seguridad mutua que bendijo la incorporación en la Alianza Atlántica de ex miembros del Pacto de Varsovia. En él se recogía: “La OTAN no tiene ni razones, ni intenciones ni planes de desplegar armas nucleares en sus nuevos territorios”. Este compromiso se ha cumplido, aunque la Alianza se negó a aceptar que el acuerdo fuera jurídicamente vinculante como pedía Moscú.
Javier Solana sitúa en 2008 un fallo de la Alianza que tiene incidencia directa en la crisis actual. Admite en unas recientes declaraciones a El Periódico que en la cumbre de la OTAN de ese año “se cometió un error” al “dar la impresión de que Ucrania y Georgia podrían entrar” en la organización. Pero, ¿cómo se explica el convencimiento de esos dos países de que podrían integrarse en la Alianza si solo se les dio una vaga impresión? Sobre la crisis actual, Solana cree que Putin ha hecho alusión al arsenal nuclear «para despistar» y «hacer ruido», pero no cree que tenga «ninguna voluntad» de utilizarlo.
El mismo año 2008, Putin ya reavivó en Georgia dos conflictos étnicos latentes, el de Osetia del Sur y el de Abjasia, para someter el país y alejarlo de la OTAN. Con el pretexto de proteger a la población rusófona, las tropas rusas derrotaron a las georgianas en solamente cinco días y Moscú reconoció la independencia de Osetia del Sur y Abjasia. En 2014, Putin se anexionó Crimea y apoyó a las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk (RPD) y Lugansk (RPL). En esas dos ocasiones y ante aquellos hechos tan graves, preludio de la invasión actual, la reacción internacional fue muy tibia.El gran ajedrecista y disidente ruso Garry Kasparov lamenta la «amnesia de Occidente» a la hora de castigar de algún modo esos desmanes. Ni siquiera se impidió a Rusia celebrar la Copa del Mundo de Fútbol en 2018. Y hasta ahora, las fortunas de los oligarcas han seguido intactas fuera de su país.