
Para «defender» la democracia frente al totalitarismo, nuestra democracia se vuelve cada vez más totalitaria. Es una paradoja, pero así es. Justificar un espionaje ilegal y llamarlo secreto de estado, como está pasando con el llamado Catalangate, es sólo un síntoma más de este proceso.
Otro síntoma es hacernos creer que «bajar impuestos» es algo bueno, y no hacerlo es «no tener corazón», como dijo Feijó hace unos días. Los impuestos es lo único que garantiza la igualdad de derechos y oportunidades, y bajarlos repercutiría en cosas tan necesarias e importantes como la sanidad universal y una educación de calidad para todos y todas. Ese es el modelo que defienden los oligarcas, privatizar lo público y cambiar igualdad por caridad. Una sociedad con una mayoría precaria gobernada por los ricos, como la que criticamos de sistemas no democráticos.
Hace ya unos años llenamos las plazas gritando ¡Democracia real ya!, y en vez de más democracia nos estamos quedando con menos. La derecha y la extrema derecha, también a gritos, ha conseguido que defender unos mínimos parezca algo de «comunistas», «parásitos» y «extremistas». Vamos hacia atrás como los cangrejos y ya ni nos quejamos ni llenamos las plazas de gritos, lemas ni carteles indignados. ¿Nos hemos resignado?
Siento que ya no luchamos contra «lo malo» sino contra «lo peor». Y en esa lucha acabamos aceptando lo malo porque «lo peor» siempre es, evidentemente, peor.
Sé que soy injusta con mucha gente que sigue luchando, organizada en movimientos y partidos. Pero siento que estamos perdiendo la batalla, y que todos/as quienes nos fuimos, dejándola en manos de unos pocos, deberíamos volver, acompañados/as por los que entonces eran niños y niñas y hoy heredan un futuro precario y lleno de incertezas.
No podemos aceptar ni acostumbrarnos a que en la lucha contra el totalitarismo y los sistemas oligárquicos, con el (¿falso?) pretexto de blindar la democracia, algunos aprovechen para enriquecerse, cuestionar los principios básicos de la propia democracia, generar más pobreza, más desigualdad, y poner en riesgo los derechos y libertades que heredamos de quienes los lucharon y ganaron dejándose la vida en ello.