
Como vecina de Barcelona que me instalé en la ciudad cuando las guías ya avisaban de que las Ramblas ‘ya no tienen la gracia de antaño’, me emociona ver cómo se está recuperando el espíritu original de esta calle tan emblemática gracias a las Superilles.
El dinamismo de la vida en la calle siempre ha sido una de las señas de identidad de Barcelona. Históricamente, el sitio más famoso de la ciudad (o incluso del mundo) para dar un paseo eran las Ramblas. Pero, como todos sabemos, a medida que el turismo masivo se apoderó de la calle, esta se volvió cada vez más caótica y estresante, dejando de ser una zona de disfrute vecinal. Al mismo tiempo, en otros tramos de la ciudad, el tráfico intenso y la falta de espacios verdes creó un ambiente hostil que alejaban a las personas de la calle.
Y es aquí donde entran en juego las Superilles. ¿Cómo? Pues, sencillamente, al cerrar algunas calles al tráfico y convertirlas en espacios peatonales, se ha logrado que los vecinos volvamos a disfrutar del espacio público. Las Superilles transforman lo que eran carriles de coche en espacios de encuentro y ocio, con zonas verdes, terrazas, juegos infantiles y espacios de ocio para mayores. Cada detalle está cuidado al máximo para hacer de estas zonas peatonales lugares especiales y agradables de recorrer. Son una especie de jardín urbano donde lo que florecen son las personas.

Después de todo, ¿Qué es lo que hacía que las Ramblas llegaran a ser tan conocidas a nivel mundial? No se debía tanto a su urbanismo ni a su historia sino al hecho de poder pasear, sentarse a charlar con un amigo o simplemente observar el bullicio de la ciudad. Y eso es precisamente lo que buscan las Superilles: reforzar la identidad de Barcelona como ciudad abierta y llena de vida.
En este sentido, las Superilles han logrado recuperar y extender la esencia perdida de las Ramblas por toda la ciudad. Son la demostración tangible de que Barcelona es una ciudad innovadora y a la vez orgullosa de su historia y sus tradiciones.
En estos tiempos de aislamiento, necesitamos más que nunca disponer de espacios de encuentro y de relación social. Cuando camino por la Superilla del Poblenou, me encuentro rodeada de gente que pasa el rato, que charla, que disfruta del aire libre y me siento parte del barrio. Es una sensación maravillosa que cada vez más vecinos y vecinas podrán experimentar a medida que se extienda la iniciativa.
¡Las Ramblas han muerto, larga vida a las Ramblas!