
Aunque durante mucho tiempo se ha situado en el verano de 1919 el final de la gran pandemia de gripe que acabó con 50 millones de vidas, el historiador John M. Barry recuerda que no se terminó realmente hasta 1920 en un artículo publicado el lunes pasado en The New York Times. Esta rectificación viene a cuento porque el autor del libro La gran gripe (publicado en España en 2020) pretende subrayar que la relajación causada por el hartazgo de virus comportó más dolor en una última ola que casi todo el mundo se negó a aceptar.
“La gente”, escribe Barry, “estaba cansada de la gripe, al igual que los funcionarios públicos. Los periódicos estaban llenos de noticias aterradoras sobre el virus, pero a nadie le importaban. La población ignoró esa última ola y también lo hicieron los historiadores. El virus se transformó en gripe estacional ordinaria en 1921, pero el mundo le había puesto punto final por adelantado”. Tras el recordatorio, Barry advierte: “No debemos caer en el mismo error”
La pandemia de Covid pasa por un momento delicado. La cifra de infecciones diarias sigue siendo altísima, pero ya se tiene la certeza de que la variante ómicron es menos virulenta, lo que sumado al alto porcentje de población vacunada da como resultado que esta ola esté siendo menos mortífera. La enorme capacidad de contagio de ómicron, además, ha extendido la inmunización entre muchos de los que no la habían querido adquirir por la vía de las vacunas.
Total, que cuando al final del invierno acabe esta ola de contagios, la práctica totalidad de la población estará inmunizada, ya sea por infección del virus, por vacunación o por ambos mecanismos a la vez. Ello está permitiendo ya el abandono de las medidas de urgencia adoptadas hasta ahora para evitar los contagios y se empieza a dibujar el inicio de un periodo de control de la enfermedad en el que el trabajo silencioso de los servicios de salud pública va a ser más importantes que los sacrificios de los ciudadanos.
La perspectiva inmediata es que el Covid deje de ser la enfermedad que obsesiona a todos para convertirse poco a poco en una más. Este paso es importante, porque la presión del coronavirus ha roto las costuras del sistema sanitario: en algunos momentos se ha dejado de diagnosticar a tiempo a muchos pacientes potencialmente graves y el exceso de muertes a causa de cánceres y enfermedades cardiacas empieza a ser constatable en las estadísticas. Ahora que las vacunas han reducido la mortalidad por covid sería imperdonable no volver a atender con el máximo de garantías las demás enfermedades.
La perspectiva de mejora es clara pero conviene contener la euforia. Aris Katzourakis, un profesor de la Universidad de Oxford que ha estudiado a fondo la evolución de los virus, publicó la semana pasada un artículo en Nature para lanzar varias advertencias, entre las que cabe destacar esta: “Se ha generalizado la idea errónea de que los virus evolucionan para volverse más benignos. No es así. No existe un resultado evolutivo predestinado para que un virus se vuelva más benigno, y menos aún en los que, como sucede con el SARS-CoV-2, la mayor parte de los contagios se producen antes de que el virus cause una enfermedad grave. Las variantes alpha y delta han sido más virulentas que la cepa inicial de Wuhan”
La conclusión de ese razonamiento es evidente: resulta imposible descartar que en los próximos meses surja una nueva variante tan contagiosa como ómicron y que además cause una enfermedad más grave. Con la inmensa mayoría de la población inmunizada, la amenaza del Covid en 2022 es mucho menor que hace un año pero aun puede dar algunos disgustos.