
Recurrir a una falsa acusación tan horrible y peliaguda como la de abusar de menores u ocultar ese abuso no es algo nuevo. Cuando Goebbels inventó la propaganda ya utilizó argumentos de esta calaña y Alemania se llenó de bulos sobre judíos que maltrataban a niños y niñas y les provocaban todo tipo de maldades. Hoy las víctimas de todo aquello, en Israel, demuestran haber aprendido bien de sus verdugos cuando hacen correr memes parecidos sobre los palestinos, como que utilizan a sus hijos como “escudos humanos” en los bombardeos. Cualquiera que haya visto los gritos desgarradores de un padre o madre palestinos sujetando el cadáver de su hijo sabe que se trata de una gran mentira.
La idea es sencilla: coges un tema en el que todos/as estamos de acuerdo, en el que no hay matices sino un rechazo unánime y sin fisuras, y lo lanzas contra tu contrincante sin importar cuánto haya de verdad en ello.
El rechazo hacia el abuso infantil es universal. Menos los enfermos que lo llevan a cabo, es algo que asquea a toda la sociedad por igual sin importar la ideología de cada cual, y de eso se aprovechan las fábricas de bulos y fake news. Es, como digo, una receta fácil: coge algo que asquee a toda la sociedad y acusa de ello a tu enemigo. Es, a mi entender, una práctica despreciable, y ya la hemos visto muchas otras veces, como cuando Trump acusaba a los demócratas de abusar de menores. Corrían hasta noticias falsas de cómo los Clinton o los famosos de Hollywood organizaban orgías donde se bebían la sangre de niños pequeños para mantenerse jóvenes. Memeces absurdas pero peligrosas que pretenden instalarse en la mente de los conspiranoicos para que las difundan y, mientras circulen, vayan erosionado poco a poco al contrincante. La mayoría de la población no se lo cree, “pero… ¿y si?…” se preguntan unos cuantos y ahí radica el éxito de la cuestión: crear una duda en mucha gente, abrir una pequeña grieta, usando algo que todos consideramos intolerable y aborrecible.
A Pablo Casado no le importan los niños que han tenido que vivir esa horrible experiencia. No creo que se haya parado a pensar en ellos, en ellas, y tiene que estar muy desesperado para acusar a Sánchez (o sea, a todo el PSOE, pero también a todo el Gobierno, que no es sólo el PSOE) de “ocultar casos de abuso infantil”.
Si realmente el tema le importara, me encantaría oírle decir lo mismo sobre la Iglesia Católica, que sí lleva años conspirando para esconder sus trapos sucios en este tema, pero a la que Casado va sin falta, hasta cuando ¡oh casualidad! se celebra una misa en conmemoración de un dictador genocida.
Pero no, por supuesto. Lanza la acusación-bomba camuflada entre otras muchas a la oposición en un intento asqueroso de introducir esa duda, de desinformar cogiendo dos casos polémicos que se están investigando y haciéndolos extensivos al “todo”. “El Gobierno es cómplice de abusos a menores”, dice, y se queda tan ancho, sabiendo perfectamente que relacionar “Gobierno” con “abuso a menores” es una falacia que, lamentablemente, quedará instalada en la mente de muchos/as. Es trumpista. Un gran ejemplo de cómo funcionan las fake news.
Cuando la oposición tiene que recurrir a técnicas tan inmorales como esa, sabiendo perfectamente que la acusación es falsa, es que algo falla en sus resortes éticos. Atraviesa una barrera, la que separa la derecha de la “extrema” derecha, pero también la que separa la decencia de la indecencia, y se auto inmola porque toma por tonta a una sociedad que es madura como para detectar y rechazar una propaganda tan ruin y tan mezquina, aunque sus votantes de extrema derecha aplaudan sus palabras.
Estoy de acuerdo con Nadia Calviño: la intervención de Casado en el Congreso vertiendo esas acusaciones asquea. Y quienes le hayan animado para usar ese argumento deben de estar realmente desesperados o no tienen escrúpulo alguno. En mi anterior columna insistía en que algo “efectivo” en comunicación no tiene por qué ser algo bueno, legítimo, ético, y en que no todo vale para atacar al contrario y menos las mentiras y los bulos.
El abuso a menores me parece un tema lo suficientemente sensible como para no convertirlo en un arma política si la acusación es vaga y se lanza al aire a ver qué pasa. Acusar sale barato, pero a veces puede girarse en contra, cuando salta a la luz que sólo te mueve el interés por hacer daño. Quiero pensar que somos mayoría las personas a quienes esa intervención nos pareció hecha a la desesperada y totalmente fuera de lugar.
Hoy he oído a Casado decir que en Catalunya hay niños que, por hablar en castellano, se les prohíbe ir al lavabo o se les ponen piedras en las mochilas. Eso es mentira. Otra mentira desesperada. Si ha habido un caso semejante, que lo denuncie, pero de nuevo su técnica es lanzar la acusación al aire, dar por “generalizado” algo que puede haber sido un caso aislado o que, lo más probable, ni siquiera haya pasado. Y de nuevo utiliza a los niños y las niñas, la parte más vulnerable de la sociedad, más inocente, para crear una falsa alarma, porque sabe de sobras que nadie quiere que la infancia sufra, nadie. De nuevo, memeces convertidas en memes que intentan hacernos pasar por verdades cuando son absolutamente falsos. La mentira sistemática usada para desinformar no debería quedar impune. Solo se me ocurre una palabra para definir qué me provocan estas maniobras comunicativas: repugnancia.
Foto: Partido Popular