Artículo de Ancor Mesa, sociólogo y portavoz de BComú en Sants-Montjuïc
Aunque llevo casi media vida en Barcelona, soy canario, miembro de la Plataforma ‘Canarias tiene un Límite’ y conozco de primera mano lo que sucede cuando la industria turística tiene todas las facilidades para crecer sin apenas control. La industria turística tanto en Canarias como en Catalunya ha crecido de manera exponencial, en Barcelona especialmente durante las décadas de los dos mil. Sin embargo, este crecimiento desmedido ha traído consigo una serie de problemas significativos, especialmente en los barrios más populares y trabajadores de la ciudad. Hemos vivido unos años, pandemia incluida, en los que parecimos haber detenido el descontrol pero últimamente es plausible un cambio de rumbo que nos hace temer por el futuro inmediato. Y es que la industria turística, si no se gobierna, acaba reproduciendo las peores dinámicas del capitalismo salvaje que provocan el empobrecimiento de las mayorías.
Aumento de los precios de las viviendas
Uno de los efectos más notorios del turismo masivo en Barcelona ha sido el incremento desmedido de los precios de las viviendas. La creciente demanda de alojamientos turísticos llevó a muchos propietarios durante años a convertir sus viviendas en establecimientos turísticos, reduciendo la oferta de alquileres a largo plazo para los residentes locales. Hasta la llegada de Barcelona en Comú a la alcaldía de la ciudad, el crecimiento promedio de los pisos turísticos iba a razón de más de 2.000 pisos por año. A partir de 2015 se frena en seco el crecimiento mediante la suspensión de licencias y la persecución de los establecimientos sin licencia, pero hoy en día se estima en más de 10.000 pisos operando como establecimientos turísticos de una forma o de otra.
Este fenómeno ha sido un catalizador de la elevación de precios, especialmente de alquiler residencial, y un quebradero de cabeza también para las comunidades vecinales. Las familias se ven obligadas a mudarse a zonas periféricas buscando precios que puedan pagar, pero a costa de largas distancias al lugar de trabajo y un menor acceso a servicios públicos de calidad. Por eso es urgente su cierre inmediato, no en cuatro años, que es el término máximo que le permite la ley, como pretende el nuevo alcalde Jaume Collboni, sino en el menor tiempo posible.
Durante los mandatos de Barcelona en Comú en la alcaldía de Barcelona, de entrada se aprobó un Plan de ordenación para alojamientos turísticos (PEUAT) que obliga a decrecer en plazas turísticas en el centro de la ciudad; se habilitó un buzón de denuncia se establecimientos turísticos ilegales; se pusieron en marcha numerosos planes de uso urbano para proteger al comercio local o se limitó la actividad de los grupos turísticos en Ciutat Vella. Lo que nos encontramos, en cambio, en este mandato de Collboni es con un alcalde que reclama 5.000 plazas turísticas más en la ciudad, ampliar el aeropuerto y retrasar todo lo que puede el cierre de los pisos turísticos.
Saturación de espacios públicos y medios de transporte
La saturación de los espacios públicos y los medios de transporte es otra consecuencia directa del turismo descontrolado. Los barrios céntricos de Barcelona experimentan una afluencia masiva de visitantes que genera una gran presión sobre las infraestructuras urbanas. Las calles, plazas, parques y, por supuesto, las playas que tradicionalmente han servido como espacios de convivencia para los residentes, se ven desbordados por la actividad turística, limitando el acceso y el disfrute de estos espacios para la población loca. El Park Güell, la Plaça Reial, la calle Blai, buena parte de los espacios de Montjuïc o todas las playas de la ciudad, se ven cotidianamente desbordadas y los residentes se sienten cada vez más extraños.
El transporte público también se ve afectado por el descontrol turístico. La red de metro y autobuses de Barcelona, aunque extensa, no está diseñada para manejar el volumen de pasajeros que trae consigo los volúmenes de actividad turística que estamos soportando hoy en día. Vagones y autobuses abarrotados durante los meses de verano, o en determinadas líneas durante todo el año, y un deterioro en la calidad del servicio que se hace notar entre la población. Una red de transporte eficiente pensada para los residentes no puede soportar la actividad turística intensiva y desgobernada. Durante la alcaldía de Ada Colau se consiguió reducir el precio de los títulos de transporte a la mitad para residentes y elevar el precio del viaje de los títulos más usados por los turistas como la T-casual. Este 2024 en cambio ha experimentado la primera subida de precios para los títulos residentes en 8 años.
Precarización del sector turístico
El crecimiento de la industria turística generó una gran cantidad de empleos en Barcelona. Sin embargo, la precarización del sector es escandalosa, con bajos salarios y condiciones laborales deficientes. El sector turístico se caracteriza por la temporalidad, la estacionalidad y la alta rotación de personal, lo que dificulta la estabilidad laboral y el desarrollo profesional de los trabajadores.
La precarización laboral llega a tal punto en el que los salarios del sector turístico representan hoy en día casi el 20% menos que la media salarial del país, al mismo tiempo que el sector ha experimentado un crecimiento de más de un 70% en los últimos 25 años en Barcelona. La industria ha precarizado sus condiciones y lo ha hecho sin apenas resistencias gubernamentales. Los bajos salarios y la inseguridad laboral limitan la capacidad de ahorro y la estabilidad económica de las familias cuando el turismo se vuelve hegemónico en una economía como la nuestra. El descontrol turístico no solo afecta negativamente a las zonas de afluencia turística sino también a la población que trabaja para el sector, viva donde viva, también desde la perspectiva de la pérdida de bienestar familiar.
Una situación insostenible
La combinación de precios de vivienda en aumento, saturación de espacios o transporte público y precarización laboral ha llevado a una pérdida generalizada de bienestar y poder adquisitivo entre los residentes de Barcelona. La presión turística debida a una actividad incontrolada de la industria es el factor fundamental para entender este deterioro social. Además, este descontrol deteriora el tejido social y cultural de la ciudad, reemplazando comercios y servicios locales por franquicias y negocios orientados a la industria turística.
La pérdida de bienestar no es solo económica, sino también social y cultural. Los residentes se enfrentan a la pérdida de sus hogares, el deterioro de la convivencia comunitaria y la transformación de sus barrios en espacios hostiles y ajenos. La identidad y el patrimonio cultural de los barrios se diluyen en favor de una economía sustentada sobre los pilares de una industria que tiene que ser gobernada. Barcelona ha sido referente reciente en intentar poner límites. El camino debe volver a ser este y toca acelerar medidas que avancen en recuperar la prosperidad vecinal de la ciudad, limitando a una industria demasiado acostumbrada a obrar con impunidad y repartiendo sus beneficios entre la población local.